lunes, 7 de noviembre de 2011

El debate

Todos perdían el tiempo, sentados frente al televisor, con los ojos como platos, discutiendo, defendiendo  que su candidato lo estaba haciendo mejor. Algunos más listos se fueron a verlo al bar de abajo en la pantalla gigante mientras se ponían cieguitos de cerveza con frutos secos. Pero estos acabaron a porrazos.  Nada que no ocurra cualquier domingo en que juegue un Madrid-Barça o un Sevilla-Málaga.
Bueno, algún ojo morado, alguna resaca.
Recuerdo perfectamente que era 7 de noviembre y helaba. Yo, aburrida, salí a la calle a ver si había algún meteorito que se aproximara. La suerte hizo que me echara, de puro vaga, en una farola. Y entonces paraste tú. Qué magnífico coche, qué hombre más educado, qué fajo de billetes y qué rato más interesante. La cosa es que aún hoy, veinte años después, pienso que mi hijo Alfredo Mariano es lo único bueno que salió de aquella obtusa noche.

viernes, 28 de octubre de 2011

Adicto mata a adicta y Riforfo hereda el blog

Tenía que pasar. Si es que tenía que pasar. El creador de estos personajes no fue justo y, claro, provocó el desastre. Digamos que una tal Celeste, adicta ella, mas elegante, lo tenía todo: belleza, inteligencia y un yate. Y los demás, pobres, feos, vulgares y sudamos horrores.
Es que tenía que pasar.
En algún momento de la historia, Sayid, que lo único que tenía era una melena divina, se queda a solas con Celeste y se la carga. O cree que se la carga. Y así va y me echa parte de la culpa a mí. Como si no tuviera yo bastante con ser tuerta, tener una joroba que sale el libro Guinness y todas esas mañanas de resaca de mi vida.
Y a todo esto. A este ya me lo había cargado. Estoy por salirme del cuento y hablar con el autor a ver si deja de tocarme las narices y devuelve a la vida a Celeste y me quita la joroba. O al menos me quita la joroba.
Además, resulta que Sayid se cortó el pelo y ahora es uno más... quizás no sea el que yo maté. A ver si encuentro al autor y le pregunto que estoy confusa... nunca debí dejar las drogas.

Por cierto, nos leen del Tuenti. Esto es mala señal o quizás solo un error.

miércoles, 26 de octubre de 2011

El príncipe y el melón


Hacía una noche de tormenta feroz. El rey y la reina estaban arrebujados en el lecho regio debajo de un montón de mantas de armiño o así. Hablaban sobre su hijita para la que no encontraban un marido adecuado. Ya habían realizado varias convocatorias de postulantes para ello, pero la niña era muy bruta. Cada vez que le presentaban a un príncipe, ella lo saludaba con un recio golpe en la espalda que pretendía ser amistoso y que resultaba generalmente en dislocación del hombro y retirada del candidato. No era un reino muy próspero ni muy extenso así que los príncipes no se peleaban por ocupar el asiento regio junto a la princesa. Pasaban los años y los reyes se hacían mayores y no veían solución para lo de su niña que se iba a quedar de reina solterona con lo mal que eso quedaba para un reino como dios manda.
Estaban en plena discusión sobre cómo resolver este problema cuando oyeron, un terrible golpe en las puertas del palacio que se impuso soberanamente por encima del fragor de la tormenta. El rey atemorizado se bajó de la cama, se calzó las zapatillas y se encaminó a abrir no antes de que la puerta fuera golpeada igual de reciamente dos veces más.
Cuado abrió el gran portón se encontró con un ser descomunal que le miraba humildemente y que le pedía asilo porque el elefante en el que viajaba se le había estropeado. Al rey le pareció raro que este ser, que vagamente se le parecía a un hombre, tuviera un elefante como cabalgadura, pero no se preocupó de eso porque en cuanto lo vio valoró la posibilidad de que fuera el hombre ideal para su hija. Le franqueó la entrada y fue corriendo a avisar a su esposa. La mujer también se ilusionó con la posibilidad, pero, más prudente, decidió que primero le echaría un vistazo antes de dejarse llevar por la alegría inconsecuente.
Atendieron muy bien al muchacho que tenía una conversación animada y le dieron de comer porque el muchacho se encontraba desfallecido después de muchas jornadas de viaje. Tres pollos asados y medio cordero en salsa apenas saciaron su apetito pero como era un muchacho educado procuró no manifestar su insatisfacción. Luego la reina insistió en que se tenía que quedar a dormir en el palacio porque la tormenta no parecía que fuera a concluir esa noche y el muchacho aceptó aliviado porque no le apetecía ponerse a caminar bajo aquella oscuridad salpicada de rayos y relámpagos. Por no mencionar la lluvia y el viento que bailaban como alocados por todo el campo. Mientras los hombres se bebían unas jarras de vino, la reina preparó la cama en la habitación de invitados: sobre una dura tabla de madera puso una finísima tela de la más fina seda y debajo de la tela puso una bola de cañón. Luego cubrió esto con una sábana bajera y puso encima otra sábana a la que cubrió con unas cuantas mantas por si el muchacho pasaba frío. Preparada la cama fue a avisar a su invitado para que se acostase y ella se retiró con el rey a sus aposentos.
Apenas durmieron esa noche. Se la pasaron hablando sobre las posibilidades que tenía este muchacho para ser el ansiado esposo de su hija. Y así, hablando y hablando pasaron una esperanzada noche.
Al día siguiente, en cuanto se levantaron, se plantaron delante de la puerta del invitado para esperar a que este se despertara. En cuanto les oyó, el invitado abrió la puerta y les dio los buenos días. Ellos le preguntaron que por qué había madrugado tanto, si es que no había dormido bien. El muchacho, desolado, tuvo que confesarles que, en efecto, no había dormida nada bien. La causa había sido que la cama le  había parecido demasiado blanda y se hundía en ella, lo que le resultaba algo incómodo para dormir. El estaba acostumbrado a una cama de mármol aunque comprendía perfectamente que estaba como invitado en aquel castillo y no podía ir con esa clase de exigencias a sus anfitriones. Cuando la mujer entró y comprobó que en efecto, la tabla que hacía de colchón estaba deformada y que la bola de cañón se había convertido en una plancha metálica al ser aplastada por el joven,  supo con certeza que era el marido ideal para su hija.

viernes, 14 de octubre de 2011

Numerología, astronomía y coitus interruptus

Estaba yo a punto de tener mi fantasía semanal con Freddie Mercury cuando se me cruzó el maldito Hugo. Eclipsó así sin más mi noche con Freddie. Esa noche estrellada en la playa de la Malagueta en la que tengo siete orgasmos mientras Freddie me susurra al oído palabras que no entiendo pero me estimulan de modo brutal. Cuando la postura lo permite, contemplo las estrellas y me doy cuenta de que la Osa mayor no es una cometa, es una flecha cuya punta me atraviesa. Una noche sin luna, en la que me araño de arena, en la que su amante nos mira, tranquilo, fumando, sin intervenir. Cada semana me parece que se va a levantar y se nos va  acercar y va a participar. Pero no. A ratos ese tipo y yo cruzamos la mirada, nos la mantenemos, nos calculamos, hasta que yo no puedo mas que cerrar los ojos y gemir.
Pues, sí. Una fantasía cojonuda, que me tengo yo cada martes y que el puto Hugo me fastidió.

martes, 11 de octubre de 2011

Hasta la náusea

"¡Venga, vamos!", decía, y la seguían. Ella iba delante y ellos detrás de su su estela de perfume. Prácticamente no hablaban entre sí. Ella decía algo en voz alta y alguno de ellos respondía. Ella volvía a hablar y ahora respondía otro. Nunca dos al mismo tiempo. ¿Cómo sabía cada cual que ella hablaba con él si no le miraba, no le señalaba, no le nombraba? Cada uno lo sabía con certeza y respondía con precisión. Llegaban a un bar. Ella entraba en el baño. Ellos se dirigían a la barra y faltaba uno. Al rato salían los dos del baño. Ella tenía su copa preparada. El pedía lo suyo y lo pagaba aparte. "Bueno vámonos", y la seguían a otro bar. Su maquillaje se fue deteriorando a lo largo de la noche. El brillo de sus ojos se fue enturbiando. Ellos, cada vez más derrotados, más desesperados, pero siempre ansiosos, esperando su turno, ser elegidos por la voz cada vez más apagada de ella.
La mañana los encontró tirados sobre la arena de la playa, revueltos, confusos, dormidos unos, otros buscando, reclamando aún su turno de uso de aquella piel cansada, gastada, aún no saciada, saciándose sin deseo, sin ganas.

viernes, 7 de octubre de 2011

De mayor no seré nada; solo sentiré el viento helado cortando mi cara, despeinando mis cabellos, mientras miro el cielo estrellado. Aunque intuya algún encuentro, algún viaje, no habrá nada. Nada. 
Planeaba escribir, pero no lo haré. Si sucumbo, quemaré cada hoja. En un crematorio que no limpiaré. 
De mayor no volveré al cementerio. A sentarme entre panteones y flores marchitas, y oler el aroma de la naturaleza muerta mientras tomo absenta. Y no seré sepulturero, ni porteador, ni conductor de coches fúnebres. 
No tendré estómago, no comeré. Nunca leeré el diario de aquella mujer. Ni miraré las fotos de juventud de algún desconocido, perdido para siempre. No aprenderé ni haré una canción. No jugaré. Nunca jugaré. No andaré entre trigales, buscando. No distinguiré un limonero de un ciprés. No doleré. No seré memoria, ni harán ruido mis pisadas. No caminaré kilómetros sin sentido, marchándome. Las hojas que caen incansables no me tocarán.
De mayor seré el viento y las estrellas y la nada. 

domingo, 25 de septiembre de 2011

Verde que te quiero verde

Verde que te quiero verde
Verde piso, verde cama
El anónimo venga a pedir
y yo que de buena gana le daba.

Verde caracol mutante
Verde la serpiente enana
Verde sucia y radioactiva mar 
Verde chat y verde paja.
El camello en el portal
Y la patera atestada

Verde la muchacha verde 
que mira por la ventana.
Suave ramera en la rama.


Verde como la color
que tengo por las mañanas.
Verde Selwo, selva verde;
felicidad de campo 
y felicidad urbana.


Verde como la dictadura
Verde como la democracia
Como los muertos de las cunetas
Como la memoria olvidada

Verde como el billete verde
en tu mesilla o debajo de la cama
o dentro de la nevera
que buscas desesperada.

-¿Comadre, qué estás buscando?
-El color de la esmeralda,
que tanto necesitaba.
Con desesperación, con daño.


Yonqui, como el gato pardo,
del verde y de la plata.


-Si otro gallo me cantara,
yo te ayudaría, gitana, 
pero yo ya no soy yo
ni tampoco tengo ganas. 

Verde, sí, verde. Joder verde.
Verde, cómo lo tengo que decir.

sábado, 24 de septiembre de 2011

Qué hacer con el amor

En la penumbra se sentía más cómoda. Dejaba caer sus ojos sobre los objetos que poblaban el cuarto y que tomaban vida al alargarse en su sombra. La vista de la vida la conmovía. Y de nuevo las lágrimas impidieron el oficio de ver y abrieron la puerta al recuerdo tergiversado. 
En su memoria se había fijado el olor de él, su verbo desgastado, su voz como cantando en el momento del placer. El tacto en una nueva versión dolorosa, deliciosa y cruel. La impaciente y egoísta huella de una muerte. Única y desesperada.
En el ocaso, la música de la avenida se suavizaba, la luz de la sala se tornaba rosada. Por última vez, las lágrimas cayeron lentas por su cara. Eran las condiciones precisas para que el recuerdo dejase de ser siervo de los sentidos y ocupara el lugar correspondiente en el libro de su vida.

viernes, 23 de septiembre de 2011

Juego en las palabras:más literatura.


Ahora me está tocando a mi hacer las veces de anfitrión, ese papel que tanto te gustaba, ofreciendo y cocinando mientras difícilmente te mantenías en pie; en aquellas noches en las que salíamos a desear el mundo desde una posición privilegiada por la cercanía de dos cuerpos con significado complementario, que bebíamos las estrellas de los vasos mientras nos contemplábamos en la penumbra de aquellos lugares que frecuentábamos, en esos Van Gogh delicados llenos de encanto que sabíamos apreciar en compañía; y todo mientras sonaba aquel ruído de fondo que embriagaba lo más primario de nosotros mismos excitándonos en lo más profundo, haciéndonos cómplices de un baile desmedido entre dos cuerpos, que se asemejaba a la eterna danza de los planetas. Éramos órbitas de galaxias atrayéndose, naturaleza pura e incondicional, primavera, el año, el tiempo, la vida, el sexo. 

Y aunque yo a veces me posara en la pared sosteniendo en las manos el pecado y la cerveza, seguía orbitando a través del universo hacia ti, observándote y aprendiéndote de memoria para así poder recordarte ahora. En estos momentos en que me toca ser tú por un instante, compartir la dicha del que otorga sin miramientos, sin pensar; el que ofrece despiadadamente y se entrega; ahora comprendo lo que querías decir cuando me mirabas como tristemente, y con un suspiro que lleva el viento me decías aquello “te quiero”. Y que yo repetía sistemáticamente, robóticamente, pensadamente, mientras te miraba a los ojos y los guardaba con celo en la memoria. Justo para ahora

Y más me duele
Pensar que te he perdido
Que dejarte yacer
En el olvido.

blablablá. 
Os odio género femenino, sois todas deleznables. Con cariño: un abrazo.

martes, 20 de septiembre de 2011

ni morfina ni olvido ni estupidez

Suspendidos en cualquier modo que nos es ajeno, que no depende de nosotros pero del que nosotros dependemos. Suspendidos en medio del Océano. Por un tiempo indefinido. Bailamos suave sobre las olas sin tocarlas, sin mojarnos. Todo este paisaje como dibujado para nosotros. Agua que no moja, viento que no despeina, tiempo que no envejece. Pero (siempre pero) el reloj debe volver a su sitio y la Gymnopèdie deja de sonar. Habremos de soltarnos las manos y decir las últimas palabras. Habremos de convenir al rito de cada lugar. De sucumbir a cada necesidad. Cambiar tu boca por otras bocas, tu espalda por otras espaldas.
Ya no sabremos más que lo de nuestro propio mar. Yo no sabré más que lo que toca a mi hemisferio, a mi país, mi distrito, mi barrio. Un remolino de ropa sucia y figurillas que desempolvar. Una botella de vodka que nunca es bastante.
Se me hará intolerable y trataré de olvidar. Mas no es fácil olvidar. Conformarse. Claudicar.
Planearé el enésimo absurdo. Conseguiré un buen fajo y vendré al dentista-barbero-cirujano local. "Borra mi memoria. Que no sepa. Que no sepa quién fui". "Déjame vacía, liviana, vacua. Si puedes, déjame inútil, tonta, loca. Dame la solución que les diste a todos: conviérteme en un robot, un robot con fecha de caducidad". "Y si se te va la mano y me matas, en mi bota encontrarás el dinero que siempre guardo para morfina".

domingo, 18 de septiembre de 2011

Las llaves, las mañanas, las adicciones.


Él cuelga sobre una chincheta, yo pendo de un pelo de crin de caballo; debajo ni Damocles ni nadie, solo la nada. 

Y devolverte el caballo de ajedrez, negro, que te dije que era yo, y cabalgarte, con despecho, salvajemente, fríamente, de pié, recostada y que me cabalgues, como lo hace ahora esta droga que me otorga la libertad, más bien el libertinaje, de poder decir que te lo haría furiosamente, a fuego frío con carne caliente, a besos que son una cadencia lenta, como una caricia entrecortada . Y otra vez furibundo salvajismo puesto en manos del deseo otorgándole al destino la posibilidad de ser títeres el uno del otro para un morir pequeño, una “pettite morte” que alivie esta enorme muerte del alma.

Y hacerlo, devolverte el caballo de ajedrez, con las llaves del piso en el que atarte a la cama adentro, con la intención asesina del suicidio de deseo y rencor; hacerlo, y toda la noche devolviéndote el caballo, que era yo,  toda la noche a tirones de la crin, a zarpados de fiera, a mordidas de fauces de lobo herido, a cardenales, a sangre, a sangre y daño y fuego y “pettite morte” otra vez, mon amie, mon cherie. Y si no te niegas; y si no te niegas, devolverte el llavero con las llaves dentro para abrirnos en la noche más oscura del alma humana, más profunda, más abajo, para hundirnos, y no salir hasta el despunte vespertino del alba, después de haber manchado la habitación por fuera y nuestro pecho por dentro, de mancillar y mancillarnos, malbaratar lo vivído, y vívidos restarle importancia con el sabor del importuno sexo. Te lo daría todo con el caballo de ajedrez solo para poder olvidarlo después, o al menos, intentarlo.

Y devolverte el caballo, el dolor, a golpe de saxo, a golpe de Jazz frenético, a golpe de sexo, de sudor, saliva, salvajismo enfermo;  el caballo negro que …

Las noches a veces son fáciles, perdido en las vidas de los demás, rodeado de páginas de otros. Pero las mañanas son crudas siempre, y se hace patente la falta del calor caliente de alguien al lado, del beso en la frente, del “buenos días mi amor”, del abrazo, sin más.

Ahí es cuando das cuenta de la terrible soledad que se cierne, en la que vivimos y nos hacinamos, en la mediocre innecesidad forzada de no amarnos, o la impersonalidad del polvo rápido (No sé a ti amor ahora). Pero a mi me falta algo ( a ti sé que no, amor).

En la angustia del vacío interior, que es el mayor y más profundo de los abismos hacia los que rara vez el alma se asoma por no ser consciente nuestro pensamiento. Ahí me encontrarás, contando las horribles coincidencias que me asedian entre el grito de la mandrágora en Rayuela; de la Divina amante de Dante, de la fecha del libro que me regalaste, de la ciudad del otro, y los nombres y lo que se dice, que no es más que leer en un espejo una vida propia como la sentía yo; o como Harry, desde afuera, desde adentro de las palabras y las sienes, y vos que no me comprendés, y yo que me escondo de vos y de todo el mundo, y jamás digo lo que pienso, por miedo a sentirlo.

 ¿Dónde estás?  ¿Eva? Guía mis pasos que son los de Sinclair.

viernes, 16 de septiembre de 2011

Mentiras que te cuento antes de irme a la cama


El cuento que me persigue durante el día. Mi día cansado, soleado, agitado, alegre, caliente, angustiado. Mi día de consolar por activa o por pasiva. Mi día que no sabe cómo es hasta que no acaba. Sin identidad, sin certezas, sin valor, sin importancia. Sin rumbo pero con esperanza. Me deshago en cuartos de hora. Piezas desordenadas, recuerdos a destiempo, decisiones equivocadas, prisa y conducción temeraria. Las agujas del reloj, lapsus de tiempo, suspiros, aliento y desaliento. Las canciones que descargo. Los libros que me bajo. Las páginas que leo y releo. 
Cada instante es el día del que no me percato. El instante tierno del abrazo en la puerta del colegio. El instante sórdido en la mirada del vecino del tercero. Todos esos personajes de la novela de mi vida, puestos ahí por un dios imaginario. Gritan, me ceden el paso, me abren las puertas, pagan mi café, me rozan el brazo, me matan la reina, me regalan chocolate, versos, halagos, orgasmos. Como círculos que se solapan para demostrar una teoría en la que yo invento un cuento para embaucarte de nuevo. 

miércoles, 14 de septiembre de 2011

Cerillas: Al lector-hembra


Yo no sé si recuerdas aquel convento en el que mancillamos las sábanas de nuestro retiro, en el que disfrutamos el momento y sucumbimos al impertérrito paso del tiempo, que se estancaba allí, perezoso. Era un Hotel viejo y apartado que se rodeaba de una naturaleza ubérrima y que bullía de vida; era verdor y campo y agua y cama. Era todo aquello que buscábamos. Yo lo recuerdo bien y con cariño, como a ti.
Ahora de todo aquello solo me quedan algunas fotos tristes en las que ver mi reflejo mientras te veo y me veo en otro tiempo feliz, y por ventura, también una caja de cerillas de la Magdalena, que era así como se llamaba el lugar; con su nevera pequeñita, su puente para llegar, el paseo rodeado de vida y su yacuzzi y piscina, y el turco, que no funcionaba, pero la sauna sí.

Me aferro a esa cajetilla de cerillas todos los días de mi vida desde entonces, y solo cuando pienso en ti de veras, en silencio y conmigo mismo, me atrevo a rasgar un fósforo contra la lija marrón. Cada vez que lo hago: el mismo sentimiento. Espero casi con ansia el fuego furioso, que se enciente con rabia en un instante que puedo descomponer y ver lentamente, apreciando cada llamarada que consume el aire que también yo respiro, y noto como esa llama es la nuestra: rápida y lenta, que necesita consumir la madera y la vida para estar vivo. Y con cada una es lo mismo: espero, con la muerte de la llama y sus cenizas, aquella otra muerte que no llega. Después todo es oler a madera quemada, negra, y a las cenizas que quedan siempre, y yo me aferro y me agarro a ese palo ardiendo como a tu recuerdo que titila y brilla en mi cabeza a ratos, dándome cuenta de que por más que busque solo quedará el humo evanescente rodeándome, acariciándome y nada más.

<<¿Y nada más?>> me pregunto. <<Poco más, solo cerillas consumidas por un fuego que enciende el daño del que me hago único respondable, a mi y a mis pulmones, que te respiraron a pecho lleno, y ahora solo beben aire y humo espeso. Cada cerilla es un recuerdo y un olvido, un viaje a recordar el camino completo a traves de nuestros ojos y la memoria>>.

Amor, que ya solo me quedan cuatro fósforos, muchas noches a solas y un sin fin de cigarrillos que encender. ¿Qué hacer?, si hasta los mecheros después también son tuyos. Mar caótico de encrestadas olas, Sur infinito del que relego, al que me aferro y en el que me hundo cada noche. Mar enfermo, azul, brillante, plácido y guerrero. Ya después de ésto ¿qué océano quieres que surque? Si ante cada oleaje nuevo de un mar desconocido yo me pierdo por buscarte.

Al final: un naufragio en toda regla, cerrillas mojadas y mil recuerdos; de cinco estrellas, en algún convento. 

miércoles, 7 de septiembre de 2011

De adicciones y perdiciones.


El pecho, otra vez el pecho, otra vez te duele el pecho. Alzas los brazos esperando con ansias que sea un tirón. “¿De dónde?” Preguntas. No tienes pecho ya en el que albergar tirones, simplemente te duele, asfixia y aprieta; el pecho, otra vez el pecho, te aprieta como una pata de elefante, como una rueda de camión, como una mujer tumbada; como una mujer te aprieta el pecho, como si tuvieras una mujer en el pecho.  Tu pecho.

Rebuscas entre los cajones, angustiado algún ansiolítico, una cura rápida entre sudores de mañana. Odias las mañanas. Odias los ratos en los que no tienes que hacer nada más que pensar en tus venas manchadas y el sabor, y el olor y el color de aquella droga. Odias esos momentos tranquilos y apacibles en que los pájaros se divierten cantándote para recordarte los días acompañado de tu dosis, los odias y no encuentras en el cajón nada clave: Prozac: dos pastillas, no vale. Diazepam: tres pastillas: a la mierda. “¡Ven ya y llévame contigo!” dices mientras alzas la vista al techo y tragas a duras penas. “Vamos, malditas drogas, maldito pecho”. “Vamos, respira” te dices. “vamos, tranquilo, solo llevas un par de semanas, vamos, vamos”. “ Vamos” repites en vano; vamos hacia el abismo, vamos hacia los latidos hondos de tu pecho, que es el mío en llamas; vamos hacia el río de sudor que corre hacia las profundidades, que empaña la cama, tu espalda, tus venas, tus sienes, que vibran con cada latido. Vamos, vamos hacia la oscuridad de los huecos de la almohada y las sábanas empapadas, hacia los latidos del pecho otra vez, hacia ese pié de elefante que te oprime, hacia esa mujer concentrada en un punto, lugar, hectárea de un pecho vacío.

“No puede ser” te dices. “Esto no puede seguir así, las drogas me están matando”. Recuerdas aquella escena de Trainspoting en la que Renton intenta quitarse; quitarse es duro, quitarse es imposible; los adictos no se quitan, se mueren antes. “No quiero morirme” dices mientras ansías la muerte. Tú no ves bebés en el techo pero tu suelo es ahora un intrincado ajedrez.Quieres matar al inventor del ajedrez. Las pequeñas piezas latentes somos tú, yo y gente; tú y más gente que conoce tus adicciones, que juegan con nosotros: Dios, que hace que te lata el corazón en un pecho oprimido y juega con los peones y las reinas, y el rey, y mata caballos, alfiles, y se ríe de ti desde allí en todo lo alto, con su hijo a la derecha riéndose con él: “Jaque, Padre”. A ellos les da igual ganar o perder, "siempre hay más partidas" dicen convencidos. Pero para ti no, hoy no.

“Vamos, unas pastillas, agua”. Y bebes agua, litros y litros de agua para no deshidratarte. Sientes esa boca seca, esa boca que es señal de desfallecer cercano,  que no quiere saliva ni dar besos, ni ser una boca siquiera, ni comer, ni ser piel, solo gritar: ¡Piedad!; gritar. Sientes. Sientes esas escamas en los labios del que se sabe moribundo. Sientes ese dolor en el pecho, esa angustia que no deja respirar. “¡Un inhalador!” gritas, y nadie escucha, nadie en la noche ¡Cuándo pasó el día! Lo sientes. Sientes, una presencia a tu lado, que no existe, ni está, ni va a estar, y la pata de elefante más aprieta, el culo de jirafa, el vagón de tren, el avión boing, el monolito enorme, en el pecho lo sientes, apretando, doliendo mientras Dios ríe allí en el cielo. Pero Dios no tiene la culpa. “Una pastilla para este mono”, solo una pastilla que te libre de este sudor frío y de los latidos en las sientes, del sonido del latido exangüe, del sentir de los latidos en el cuello, a ratos fuertes, al tiempo muertos. Algo que te arranque la asfixia y apague el incendio de tu pecho, de las llamas candentes que se apagan y encienden para torturarte. “Un algo, una pastilla, un chute, ¡La maldita droga!” Que te deje respirar y yacer, a placer sobre la cama sin el pecho dolido; que te duele, y que sientes como si no fuera tu pecho, como si un dolor tan grande se hubiera adueñado de él, y ya no fuera tuyo sino del dolor.  “Vamos” dices, te levantas y corres a buscar ayuda. “¡Ayúdenme!” gritas en la calle, “¡Ayuda!” pero nadie te escucha. Solo ven, piensas, a un adicto más en la acera, sudado, con dolores, temblando, sin miedo y admitiendo el dolor y que quiere dejarlo, poder dormir, poder comer: existir. “¡Ayuda!” gritas con el hígado, gritas con el páncreas, gritas con el dolor del pecho, con las manos desnudas y con los ojos; gritas con la amarga bilis con la que escribo estas palabras:

     "En el pecho tengo a una mujer, ardiendo en llamas".

lunes, 5 de septiembre de 2011

La borrachera del mar


El enfermero mayor le dijo a más joven que fuese él a hablar con la hermana y la mujer, que acababan de llegar asustadas. El joven dijo que no estaba muy por la labor. El veterano le convenció de que tarde o temprano le iba a tocar.
-Señoras, ¿son ustedes las familiares de Luc?
-¿Qué ha pasado?
-Hemos venido en seguida…
-¿Está bien?
Abrió la boca para decírselo. Frente a él tenía a dos mujeres guapas, que a pesar de haber ido al hospital corriendo desde el trabajo estaban perfectamente vestidas y peinadas.  La rubia, que debía ser la hermana, tenía pinta de tener una sonrisa preciosa, mientras que la morena, la esposa, se daba un aire a esas actrices de las que tenía fotos en su apartamento en traje de baño en Saint Tropez. Pasaron unos segundos interminables hasta que consiguió que le saliera la voz.
Su mejor amigo le había dicho que no bajara otra vez, que tenía que pasar mínimo un día. Como campeón nacional de pesca submarina todo aquello le tenía que sonar de algo, ¿o no?. Pero él, cabezota, se había reído y le había dicho que siempre se exageraba todo para los aficionados. Le convenció y bajaron. ¿Cómo iban a desaprovechar la ocasión de ir a un sitio nuevo? ¡Venga! ¡Que dentro de dos días nos volvemos a Francia a trabajar! ¡Para despedirnos de las vacaciones! Sabes que sin ti no puedo ir, que seríamos un número impar y todo eso.
Cuando el otro grupo de submarinistas les vio aparecer en el Tiburón de Luc se asombraron un poco, pero no dijeron nada. Se sumergieron y les guiaron hasta unas rocas que para ellos habían sido desconocidas hasta la fecha. Luc no se lo podía creer. Los peces eran preciosos. Parecía que danzaran a su alrededor. Quería meter los dedos desnudos por todos los recovecos de aquella roca. Estaba tan suave como la piel de su pequeñita. Se sentía como si flotara en líquido amniótico: el cuerpo a la temperatura ideal, y él ahí, en medio de la nada, flotando. Nunca había estado tan feliz como ese día, a 50 metros de profundidad, viendo cómo un mar de burbujas le rodeaba mientras Marc y el resto se alejaban rápidamente. Tenía ganas de gritar, de decirles que se dieran la vuelta, darles las gracias, abrazar a su mejor amigo y pedirles que compartieran con él el momento.  Así que se quitó  de la boca eso que tanto le estorbaba justo en el preciso instante en que Marc notaba su ausencia y se giraba alarmado.
Las dos mujeres lloraban desconsoladas. La morena no hacía más que repetir que qué iba a hacer sola en Francia con su pequeña. La rubia que cómo se lo contaban a su madre. Lloraban hasta que se quedaban sin aire y volvían a empezar. El enfermero las dejó sentadas en un banco para esperar a que fuesen capaces de calmarse y hacer el papeleo pertinente. Se acercó a su compañero.
-¿Y bien?
-Estoy fatal. Ha sido muy duro. Supongo que algún día me acostumbraré.
-Siempre será un poco duro. Pero bueno, he hablado con François, el anestesista. Me ha dicho que ya ha acabado el turno y que nos pasemos por su planta porque le queda un poco de oxígeno. Verás como te sientes mejor después de un chutecillo, chaval.

domingo, 4 de septiembre de 2011

Totalmente adicto


Mientras el cáncer acaba conmigo yo me voy guardando los recuerdos difusos de una noche llena de excesos importantes, de vacíos abruptos y terribles soledades en compañía; de huecos en el techo, campanas de misa al despertar y de 10.000 días de truenos, tos y sudor.
Al despertar comenzaron a surgir las breves remembranzas de aquella manera tan clásica en la que poco a poco se descubren, tirando del pequeño hilo de los sueños, los sucesos que tuvieron lugar. Asido el endeble hilo, con verdadera fidelidad, fui encontrando en qué deseos gasté mas o menos tiempo aquella noche. Gracias Ariadna.
Cuando me paro a pensarlo, acto imposible, solo recuerdo imágenes entre una bruma extrañamente placentera y acogedora: una mesa grande, un cuarto grande, una cama enorme: un deseo ardiente, un calor sofocante, una luz titilante. Las cervezas y cervezas en la mesa grande, la escapada al tejado privado; la burla a la terrible muerte bajo los efectos anestésicos del ibuprofeno, el stopcold y lo medicinal de todo en aquella noche. Veo la imagen al despertar del cuchillo enorme sobre la pequeña lata de cerveza, y cercano a este singular par, tras la odisea, el “Macedonian Halva” (aunque originalmente venía en caracteres griegos), que viene a ser un pastel aceitoso pero seco, hecho de almendras y quién sabe qué más, típico de aquel país donde nació mi Hiperión.
Recuerdo al polaco de las JMJ con el cuchillo cortándolo después de un litro de cerveza y otro de tinto de verano, eso “ que en mai país nou exist...existe?” “Bueno, allí no, porque aquí tenemos ingredientes mágicos que hacen que esté mucho mejor cuando lo hacemos, pero puedes intentar en polakia mezclar vino y ‘fanta ‘ de limón, y si le echas hielo, puede que se acerque al de aquí”. Y el tío que no se entera y asiente con la cabeza, y la niebla engulléndonos. Y el Papa en Roma, por lo menos.
Ahora recuerdo los vasos en el suelo y las bebidas sobre el cuerpo, el olor; así como el aroma dulce, el sabor amargo, la boca seca, el deseo infame, el sentimiento extraño, la risa tonta, la tos nerviosa; todo eso recuerdo. La lámpara de lava que se apaga y más bien apaga ella.  “uy qué pena” dice, y nos reímos, y qué más da. “abrázame” y la cama en el centro, nosotros en medio, y todo por mitad; el cuarto patas arriba, y yo sin cartera ni calcetines. “Yo duermo sin pantalones ( es la terrible verdad)”  le digo. “anda que también, con vaqueros  largos, quítatelos”. Luego “que esto no puede ser” y otra vez la risa floja; y las vueltas y medias vueltas, y el pelo en la almohada.  “entiendo el pelo largo” le digo nuevamente. O el olor a vainilla, que ya me ocupé yo de negar rotundamente que solo fuera eso: las mujeres no entienden de perfumes de mujeres, de recuerdos de hombres, ni sábanas limpias.
También me sueno yo, a mí mismo haciendo té, moribundo al borde del abismo mientras caliento algo de comida para algunos, alguien, algunas, quizá era yo, en la madrugada fría. Recuerdo la noche en el viento; bajar a los infiernos de la calle y recoger a un ángel redentor, comprensivo y fiel; a unos ojos tristes y bellos, a un semblante triste y lindo, a un corazón alegre y precioso como un diamante, y que no fuera Beatrice; recuerdo hablar con ella después, y que ambos llevásemos razón. No recuerdo muy bien el camino de vuelta; pero sé que lo hice dos veces o quizá tres. La segunda vez que descendiera ( chúpate esa Dante, dos) recogí a dos pobres caídos que se aman o son amantes. Yo ya no sé muy bien qué y ahí no me meto pero los invité a pasar porque el cielo de mi hogar es público y aún nos quedaba cerveza.
De lo que también me acuerdo es de las manos pequeñas, los pies pequeños, y aquellos pequeños cascabeles en el tobillo que llevaba. Y de mi mano. Del libro de Fante sobre el portátil, de las luces que se apagan, de la bruma del olvido; de la oscuridad que se cernía y de la piel en los labios. De Rossetta stoned de Tool por 8:13. “Cuando me diagnostiquen tuberculosis serás de las primeras en enterarte” digo mientras me acaricia la espalda, ahí justo, donde ella guarda con celo la tinta de un tatuaje. El piercing reabierto que se me cae, yo, que lo tiro todo al suelo; ella que se ríe, yo que toso; solo un breve nosotros: un pequeño chute: me basta. ”Abrázame” y  mis sentidos escuchando bésame suave. De como apretaba mi mano. Tacto cálido, sabor dulce, vista nublada, olor dulce, oído: “abrésame”, “abrásame”, “abrázame”.
Y es una pena, pero lo siguiente es lo que mejor recuerdo:
Comenzaré por deciros que recordar lo que se siente es apto para pocos, hablo claro, de lo que realmente se siente; más os vale enterrarlo hondo y no ir al psicólogo. Si he de recomendaros algo, el manicomio directo es mi mejor opción. Para los enfermos de amor, para los adictos al amor, no hay salvación. Corred mientras podáis, mientras aún tengáis fuerzas y el maldito sentimiento no os haya cercenado las piernas así como la voluntad. Después no hay marcha atrás.
Ser impersonal con ella me pareció pueril, así que no lo fui: abrasar de amor es mucho más doloroso y placentero que de deseo, y aunque sé desear, deseaba quemarnos con el fuego del amor. Y caí en la cuenta; donde antes encontraba, más bien, creía encontrar una caricia mía en la costumbre, tras tanto, descubrí que lo hacía por adicción. Lo que antes viera como trivialidad cansina con otras mujeres, la descubrí como terrible necesidad: acariciar el cabello de una mujer. Ya, y desde hace tiempo aunque no lo supiera, no podía decir “hola y adiós” y mi única opción esta vez fue la de verla como si fuera otra, muchas otras, el amor entero, enteramente, una mujer. Pero no una cualquiera o una en concreto, sino como el objeto al que se proyecta tan hondo sentimiento. Daba igual que fuera un momento, una hora, un abrazo, un gesto, el beso en el cuello, una noche o no sé qué más. Justo en ese momento había recaído y había llegado a ser consciente. Ayunar, esperar, estudiar, esas eran mis premisas; desear, amar por un segundo la imagen de lo bello, esas realmente lo eran. No entiendo el sexo vacío, las cabezas vacías, o los corazones vacíos. Yo tuve que rodearla con mis brazos y empujarla contra mi pecho y demostrarle que en ese momento le otorgaba poder sobre mi.
Pobres adictos, no a la posesión sino al querer ser poseídos. ¿Qué destino nos depara el impersonal futuro perdido en la mar de tiempo infinito? ¿Nos esperarán las estrellas para que podamos observar la belleza de su estallido cuando yazcan moribundas? Solo para nuestra terrible droga que es el amor la eternidad carece de valor alguno: siempre existe. Y he aquí lo incomprensible; lo que me mata cada noche, aquello que me hace despertar cada mañana, el impulso suicida: jamás llegaremos a puerto como adictos al amor; nuestro destino es el camino y la recompensa la búsqueda; nuestra esperanza lo terriblemente fugaz de cada regalo otorgado, recibido; nuestro fin es aquello pasajero, perecedero, pues no somos más que pasajeros, caminantes, vidandantes, y poco más. Que “Itaca no es mas que el descanso, no el final del camino ni nuestro destino”.
La infelicidad, vacuidad que se cierne sobre aquellos que desperdician el placer de la caricia, el sabor amargo y dulce de un beso furtivo es estúpida y carece de sentido. Llenar el vacío interior de un amor vacío detrás de otro y otro, vacíos, probablemente sea la peor idea después de la bomba H: ambas no hacen más que aniquilar personas, hacer que se pierdan por senderos intransitables que no llegan a ninguna parte (como el camino), pero que al contrario que éste, carecen de belleza alguna para ser recordada. El mayor honor, el más profundo sentimiento que nos ha regalado nuestro demiurgo cae en el olvido cada vez que una de estas personas ningunea al amor en la persona hacia la que lo proyectamos. No hay varios niveles en los que se ame;  solo uno: en el del amor; donde la entrega, para los que somos adictos ha de ser total y sin premisas.  “[...] es que...” “si quieres te pongo una rueda de hamster gigante” le digo, y ríe. “oye, no es mala idea, o me pongo a dar vueltas ahí” dice mientras señala una viga. “Dudo que te funcione”. Tosí como enfermo, la abracé como amante, como quería ella; la amé, sólo como las adictas querrían ser amadas, pero eso ella no lo sabe, y finalmente dormimos.
El resto es un despertar en compañía, una sábana revuelta, unas piernas revueltas, un cálido abrazo y una fugaz despedida; un mensaje al móvil y de vuelta al cuarto nuevo que aún me parece desconocido. Con las latas vacías, los cigarrillos muertos, medio fumados, acabados; las cenizas, los vasos, la solería, que es un ajedrez complicado, esa cuchara en el suelo que no pienso recoger y yo tumbándome en la cama otra vez, hundiendo la cara en la almohada y respirando profundamente los restos de mi última dosis. 

sábado, 3 de septiembre de 2011

el medio de mi felicidad


Siempre te ando esperando. Entre los rostros borrosos de mi vida, siempre te ando buscando. Cuando leo un relato de Arreola, creo verte entre los cadáveres de las hormigas. Eres la razón y el motivo. El medio de mi felicidad. Y si un día encuentro alguien, siempre lo eclipsas y desaparece en la niebla de los que nunca existieron. 
Por ti, amor, no duermo. Por ti, amor, no como. O como, por ti. Vivo en la oscuridad. En penumbras. En el calor de tus palabras. Por ti, pierdo miles de partidas de ajedrez. Por ti, no vivo aquí, ni vivo ahora. Por ti, mi vida, me abandono, me toco. Me paso el día flotando. Por ti, estoy mejor en la cama soñando que despierta esperando.

miércoles, 31 de agosto de 2011

He resucitado



Oh, hermanas, amigas. Ave! 


Hoy para celebrar mi propia resurrección, cual Ave Fénix gamberra me hice con un tirachinas marca ACME y me cargué la farola de enfrente de mi balcón. Ahora con el cielo estrellado sobre mi cabeza, bailo desnuda y planeo cómo empezaré la vida mañana, es decir, hoy cuando sea de día.
En principio, despertaré cuando mi cuerpo dicte y respiraré. Me pienso recrear entre las sábanas y fantasear. Tras un par de horas de solazamiento, me levantaré. Iré a la playa o la piscina, lo que se me dé. Tomaré el sol con mi libro de Golding, ya releído y desmadejado. Más tarde almorzaré mi comida favorita: macarrones con tomate. Sofisticada que es una. Pasaré de fregar los platos y me echaré una siesta, pensando en esa gente que no hace el amor. Una siesta de 6,4 grados en la escala de Richter. Después me dejaré llevar por las páginas de un visionario mientras mi hijo practica la escalada de muebles en modo profesional. Y cuando haya anochecido, me iré de fiesta hasta no poder más con mis huesecillos y vuelva a la cama. 


Es mi ritual de bienvenida al nuevo curso, a septiembre y a la vida que empieza como un ciclón del que no se puede escapar. Si me muero, dadle mis libros a A.



¡Ave, amigas! Moritura vos salutat.

martes, 30 de agosto de 2011

Basta

No quiero ser el hobby de nadie. No me gusta. Aunque parezca lo contrario, no deseo que me hagan daño. Con intención, sin intención. No lo soporto. Ya no.
Y es fácil jugar conmigo --tú, gato; yo, ratón-- porque nunca digo que no. Pero aprendí a decir "basta". Cuando el hierro candente me toca la piel, cuando veo que soy un juguete para tu diversión. Cierro los ojos y digo: "Basta".

La subasta del lote 49


He vuelto a Pynchon, señor, y no me arrepiento. Castígame llamándome pedante, si así lo quieres, pero, ¡coño!, me ha vuelto a gustar. Ridiculízame dialécticamente porque no voy a saber explicarte en detalle por qué me ha gustado, y solo puedo aducir términos subjetivos. El principal es que Pynchon es raro, raro. Sus historias son escritas al rumbo de los vientos, de eso no me cabe duda. Este hombre crea sin saber muy bien qué está creando y al final le da la forma ciñéndose estrictamente a lo que le ha salido. Un poco al estilo de como los talladores de maderas dicen que crean su obra, que siempre empiezan diciendo que se encuentran un taco informe en el que ellos ven que está escondido un caballo o una muchacha o una montaña y lo único que hacen es quitarle lo que sobra. Pues digamos que Pynchon, probablemente, primero crea el mazacote de material y luego lo talla. Estoy seguro de que así es como crea su obra. Y estoy seguro de que donde disfruta es en esa primera parte, creando, como Dios, la materia prima sobre la que luego, como artista, o más bien, artesano, va a emplear sus habilidades. Eso es lo que le da peculiaridad a su obra. Como todo esto me lo acabo de inventar tú tienes que tomártelo como la impresión que me ha causado para, a partir de ella, hacerte una idea de lo que te vas a encontrar leyendo a Pynchon.
La subasta del lote 49 es un libro muy breve en comparación con los otros dos que tengo de este autor. Casi ridículo, menos de doscientas páginas, frente a las más de mil de aquellos. Y al menos dos personas que tengo referencia que lo han leído, una de ellas indirectamente a través de la otra, lo consideran un libro paranoico. Sin entender paranoico en un sentido médico, que no sé lo que significa, sino en un sentido vulgar lo que quiera que cualquiera de nosotros pensaría o sentiría al escuchar esa palabra en medio de una conversación banal, no siendo profesional o pedante que también es casi una profesión de fe en sí mismo. La personaja principal, desde luego, parece estar un poco paranoica y se comporta como tal, o bien las circunstancias por las que la zarandea Pynchon nos hace dudar a nosotros sobre si lo que le ocurre es real –en la realidad del libro, claro- o alguna especie de alucinación de la que la mujer se despertará al final. Ya te digo yo que no ocurre, de hecho el libro queda algo así como colgado del precipicio, la carretera se interrumpe bruscamente y si no frenas a tiempo te vas al barranco. No busques en este libro una historia que poder resumir luego a tus amigos para lucirte porque es imposible resumir las historias de Pynchon, en Pynchon te sumerges y luego sales y todo ese tiempo has estado en Pynchon que son tantas partes que no puedes mencionar ninguna. Y es bueno que así sea, al menos por mí lo digo, porque ya hay demasiadas historias que empiezan por el principio continúan sin torcerse por el medio llegan hasta el climax y luego descienden grácilmente hacia el final posándote suavemente en la palabra fin. ¡Por Dios!

lunes, 29 de agosto de 2011

No se lo voy a coger


-¿Quién es?
-¿Y a ti qué te importa?
-Es él, ¿verdad?
Su cara de culpabilidad responde.
-Ni se te ocurra cogérselo, ¿me has oído?
-¡Claro que no se lo voy a coger! Eso está ya más que superado. ¡Es asqueroso!
-¿Entramos ahí?
 Cuando Carlos va a la barra y Laura se gira a hablar con un grupo de conocidos, saca el teléfono y escribe: ‘Q querias?’. Casi al instante recibe un: ‘Verte’.
-Me parece a mí o estás aquí sola…
-No, no. Te parecerá a ti.
El chico tiene una sonrisa agradable y huele muy bien. Le mira el logo de la camisa. Pedazo de pijo. Le pone cara de asco.
-No creo que a tus amigos les importe que te invite a una copa.
-¿Qué pintan mis amigos? Si quiero algo ya me lo pediré yo.
El de la camisa lo ha intentado. Está buena pero no merece la pena el esfuerzo. Se va con sus encantos a otra parte, no sin antes decirle que lo siente. Ella lo mira de reojo y se arrepiente un poco de haber sido así.  El sentimiento dura un par de segundos. Saca el teléfono del bolso y ve: ‘ Andas por aqui? Estoy en casa’.
-¡Ya estás otra vez!
-¡Que no! Sólo miraba la hora...Estoy un poco cansada y me duele la cabeza. Me voy a ir.
-Espérate un poco a que me acabe esto y te llevamos.
-No, ya me he pedido un taxi. Muchas gracias, de verdad.
Sin dar tiempo a réplicas se marcha. Evidentemente no hay ningún taxi esperándola porque sólo va a recorrer cuatro calles. El portal está abierto, así que sube y llama a la puerta con los nudillos, que no son horas. Cuando le abre y lo ve vestido, con un cigarro en la mano, piensa que esta vez van a hablar un poco. Que le va a decir lo mucho que la quiere y que necesita urgentemente que ella se mude a ese minúsculo apartamento. Joder qué guapo es. En cuestión de minutos se están revolcando en la cama. Mientras intenta recuperar la respiración y coger una postura para quedarse dormida, él le tiende su vestido como si fuera un trapo sucio y pregunta:
-¿Pides un taxi o te has traído el coche?
Al día siguiente recibe una llamada de Laura. Quiere saber si está mejor.
-Sí, sí. Me tomé un paracetamol y me fui en seguida a dormir.
Cuelga y piensa que ni paracetamol ni metadona:
‘Soy una puta yonki’.

domingo, 28 de agosto de 2011

todos moriremos igual

Anoche me colé en una fiesta. Con la camisa de fuerza a medio abrochar. Pensando que tenía el don de la invisibilidad. Supervisión de rayos X. Superoído rango 3. Poder mental. Capacidad de paralizar, de congelar. De matar. Me sumergí en la ponchera llena de sangría. Todos enmudecieron y la música cesó. Me comí medio pastel de maría. Ahora podía volar. Las sombras se asustaban. Hacían bien. Estaba decidido a no acabar la noche sin comerme el corazón de alguien para robarle su alma y aumentar los poderes del lado oscuro que aún me faltaban. Individuos borrosos como la nada, almas a la deriva. No era su corazón lo que yo buscaba. Dejé la fiesta, para vagar en la noche estrellada. Un gato gordo se me cruzó. Un ser vivo, con corazón caliente y siete vidas. Lo que yo necesitaba.
Amanecí en la margen izquierda del río. La camisa de fuerza desabrochada llena de manchas de sangre de gato. Abrí los ojos, dos o más esbirros del Doctor Muerte levitaban a mi alrededor. No opuse resistencia. La resaca anulaba mi voluntad y aunque podría haberlos fulminado, me dejé llevar a la Cueva de las Pastillas para recibir mi ración de drogas buenas.

sábado, 27 de agosto de 2011

Bribón de Roble

Hace cinco años que murió Bribón de Roble. No sé porqué escribo ahora; se me escapa al entendimiento el porqué no escribí acerca de él un año después, o seis; no entiendo la razón del quinto año. El mundo ha cambiado mucho desde entonces, más de lo que hubiese creído aquellos días de agosto en los que recorrí los últimos pasos de Bribón varias veces cada día hasta que volví a casa, después del verano. Recuerdo algunos detalles, ahora desaparecidos, que me hicieron pensar que todo estaba preparado. Que en aquella noche, en aquella curva y sobre aquella piedra estaba escrito el destino de mi amigo desde el mismo momento de su nacimiento.

Durante aquel verano el guión fue el habitual. Por la mañana dormíamos hasta tarde. Después de comer, íbamos a la playa. Nos gustaba hablar de fútbol, de videojuegos y de chicas, sobre todo de chicas. Como todos los años, había rostros nuevos y rostros conocidos: nosotros íbamos siempre a los nuevos que, por decirlo así, tenían mayor capacidad de sorpresa frente a las pocas, pero notables, maneras de gastar el tiempo en La Cala del Moral. Por la noche acudíamos al paseo marítimo en grupos de diez o quince y andábamos de allá a acá con pipas, chuches, cerveza en las manos. Hablábamos, comíamos, corríamos. Desaparecíamos enlos jardines de la urbanización. Santo Varón siempre tenía algún plan y una chica. Hacía una muesca en un algarrobo viejo cada vez que se llevaba una chica allí. Pero no quiero desviarme. Tengo que decir que Bribón vino ya con el corazón roto. Se lo intentamos recomponder, pero no hubo nada que hacer.

El único que iba a la playa por las mañanas era él. Solo, bajo el sol, tumbado en la orilla apoyado en los codos miraba el fondo del mar como si la respuesta a sus preguntas se hallaran allí. Si por las tardes paseaba por la orilla con cualquiera de nosotros, por la mañana se daba largos baños más allá del espigón, haciéndose el muerto. Creyéndose el muerto. También solía visitar a los niños cazadores de cangrejos, en el espigón. Les preguntaba y reía mucho con ellos, con su inocencia. Se agachaba y, según nos contó Montse Claramunt, ayudaba a los niños a cazar nécoras si estaba de humor. Una de las últimas actualizaciones de su blog, era un cuento dedicado a una niña del espigón que acababa con un suicidio. Con el tiempo he sabido que ese relato era una mala copia de otro cuento de Salinger. Digamos que en la playa encontraba algún tipo de cura inexplicable a su latente melancolía.

La cuestión es que a mitad del verano conoció una chica con la que llegó a ilusionarse. "Estoy contento", solía decir, "me encuentro muy agusto cuando estoy con ella y llego a olvidar, por momentos, todo lo que ha pasado este año". Hasta que un mediodía su moto derrapó en una curva y se salió de la carretera. Su cabeza chocó contra una piedra del suelo y, según nos contaron, se rompió como se rompe una sandía cuando cae al suelo. Allí lo encontraron, acto seguido, tumbado bajo un árbol, desdibujado, roto. Ahora, cada vez que paso por delante de la piedra, delante del árbol y en aquella curva, pienso en Bribón de Roble. No se suicidó como en su relato con la niña del espigón. Pero aquella piedra hizo de Teseo, y no tuvo la necesidad de levantarse del polvo.

jueves, 25 de agosto de 2011

Ajedrez: deporte o afición

Quién no se ha partido la cara con alguien que discute si quiera que el ajedrez sea un deporte. Un deporte olímpico, o sea. 
Todo empezó un día de calor en que un psicópata que conozco me invitó a jugar al ajedrez pero, como no nos podemos ni ver, la idea era hacerlo a través de una web: el puto chess.com. "Sí, jugamos al chess, o sea, en Internet". "Es lo más", me dice, "lo vas a flipar". Tres antiácidos después, tras colgarle y digerir esa jerga dañina, lo repensé. Me pareció que sería un buen modo de darle lo suyo sin volverle a pegar que no me apetece pasar otra noche en el cuartelillo. 
La primera vez, me dio jaque (checkmate, para los guays) en un par de minutos y, como se me volvió a abrir la úlcera, tuve que dejar de jugar unas semanas. La siguiente vez hice trampas. Que cómo se hace trampas al ajedrez on line. Aquí lo voy a decir para que el Yoni o cualquiera de mis adversarios lo lean, ¡ja! Bueno empatamos, lo que en el argot ajedrecístico de toda la vida es quedar en tablas y ahora se dice draw, que mola más. En fin, que me piqué, me envicié y me enganché. Para variar. Otra maldita necesidad en mi vida de yonqui total. Me paso el día jugando al chess, esperando que algunos se conecten para que muevan de una jodida vez y echando partidas rápidas (¿a qué me recuerda esto?) de 3 o 5 minutos no aptas para cardiacos. Me gana hasta un niñato con pinta de Justin Bieber con el que he trabado amistad. Aún así, pocas veces me rendí: es de mariquitas, moñas, cobardes y mierdas tirar el rey (o resign, como dice este friqui de medio pelo por el que me enganché). 
Ahora que no puedo dejar de retar a conocidos y desconocidos y me doy contra la pared cada vez que pierdo, peor que un forofo del Real Madrid tras un partido con el Barça, me doy cuenta de que esto no es una afición. Es un vicio, como otro cualquiera, como el tabaco o peor. Y digo yo si el ajedrez es una afición y fumar lo es igual, ya no se podría prohibir o tampoco se podría jugar chess en un bar. En fin, que lo decidan las ministras. La cuestión importante aquí es que tampoco es un deporte, y lo sé cierto, en este momento lo comprendo, y lo reconozco, a pesar de todas las patadas que repartí en nombre de aquella verdad. 
Lo sé, porque he engordado 15 kilos, se han agravado mis problemas de corazón y tengo las piernas azules por las varices. Sí, lo sé. Algún listo puede decir que nada de eso lo ha causado directamente el ajedrez o su práctica pero como me lo diga en la cara le voy a dar una cantidad de hostias que me voy a quedar en la gloria. Voy a desfogar. La lucha libre mexicana, el Muay Thai de La Palmilla, el sitra achra o pelea gitana, ¡esos son deportes! El ajedrez es una putada.

martes, 23 de agosto de 2011

¿?


-¿Es usted la señora Circe?
-Si. Yo soy Circe. Y no soy señora, sino diosa.
-Si, bueno. Yo venía a buscar a mi padre.
-¿Tu padre? Aquí no está. Aquí solo hay cerdos.
-¿Solo cerdos?¿Ningún hombre?
-Solo cerdos.
-Pues me habrán informado mal. Usted disculpe.
-Vaya usted con Zeus.

lunes, 22 de agosto de 2011

Faye, la zorra que se mete en mi web

A Faye, la zorra que se mete en mi web



Faye quiere publicidad sin pagar y causa problemas donde quiera que va. Es un putón pero merece al menos una canción (este verso por tus tetas). Una canción que diga: "Sí, nena, me calientas, no lo voy a negar. Pero no pagué por esto antes y ahora no voy a empezar. No vas a ver mi pasta, Faye".
Ahora los adictos estamos divididos: los partidarios de Faye y las enemigas de Faye. Por tu culpa, Faye, A. no me habla. Me llaman dictadora porque te marqué como spam. Pero, ¡coño, Faye, ponte en mi lugar!
¿Tú me haces a mí publicidad? ¿Me ayudas en algunos de mis propósitos? ¿Haces algo por la humanidad salvo aumentar la velocidad de promedio en la masturbación tanto masculina como femenina? Quizás esto último ayude a la humanidad. Mas ¿a , en qué me ayuda? Porque, Faye, entiéndelo, yo no soy de piedra y tú estás muy buena. Pero si algo he aprendido en mis ciento tres vidas, algunas también como puta, es que en este mundo no hay nada gratis. Así que, tía, paga o lárgate.

PD: Dice A. que puedes pagar en especie. Pero ya le he dicho yo que nasti.

Al terminar, tirar de la cadena. Gracias.


Me envuelvo de palabras. Me disfrazo de palabras. Me oculto en palabras. Me defino en las palabras. Me meo en las palabras. Me defeco en las palabras. Me están hartando las palabras. Me escondo en las palabras. Me ausculto en las palabras. Me vivo en las palabras. No soy las palabras. Me rindo a las palabras. Me siento una palabra. Palabra. Palabra. Palabra. Me cago en las palabras. Me pierdo en las palabras. Me mareo de palabras. Me miento con las palabras. Me adormezco en una cuna de palabras. Me hartan las palabras. Me hipnotizan las palabras. Me acuerdo sólo de palabras. Me estoy ahogando con tantas palabras. Me disculpo sólo con palabras. Me declaro palabra. Me aclaro con las palabras. Y es mentira. Me mancho con las palabras. Me están dando ganas de quemarme el órgano reproductor de palabras. Me corto-palabra-los-dedos-palabras. Me miento con las palabras. Solo estoy hecho de palabras. La santa palabra. La puta palabra. La casta palabra. La ingenua palabra. La tonta palabra. La acústica palabra. La aislada palabra. La impotente palabra. La insaciable palabra. Chancro, cáncer, virus, infección. Me cago en todas las palabras. Quiero ser mudo. Estoy vacío y debo llenarme de... palabras. Aire. Palabras. Aire. Palabras. Silencio.

domingo, 21 de agosto de 2011

Ninguna mujer


Ninguna mujer me ama, alguna me quiere, todas me miran, jamás alguna me besa, todas desaparecen.

Soy un trofeo, un leve amargor en la búsqueda de lo que se ansía levemente, precariamente, nunca de

forma dispuesta. Soy un hombre-pene, poca cosa, atractivo a secas. Una foto, un recuerdo, un apretón de

manos, un baile triste; triste y rápido, rápido y vacío. Soy una mirada furtiva con una mujer en celo,

en celo durante 3 minutos, en celo durante 10 minutos; se pasó el celo, desapareció la mujer. Solo quedo

yo. Soy un solitario, no quedo más que yo. Una botella, un tapón: licor fuerte: calor. Soy alguien que

no es Yo. Yo se ha disuelto en el alcohol. Yo es alguien que desean algunas, que nadie coge, que se

sienta tranquilo en un sillón, en un escalón, en poca cosa, y toma ron.

Estoy. Estoy del verbo estar:

tranquilo: jodido: en un estado diferente de conciencia: no estoy. Estoy, lejos de aquí; lejos de todos vosotros; lejos

de las mujeres que me miran bastante, que no hacen nada, que nunca me quieren, que jamás me aman. Lejos,

lejos como un dinosaurio en el tiempo, como Australia en el espacio; como Andrómeda en espacio-tiempo.

Soy: he dejado de ser: un hombre, una persona que es deseada, querida, amada. Todos procesan amistad

hacia este ser tan deplorable, tan abrazable quizá, todos cariño: nadie amor. Yo soy un adicto al amor, he

crecido amando desde mi juventud. Dependo del amor, no de la amante, me enamoro del amor; lástima, no de

la mujer. Así: soy un objeto. No existo, soy un amor pasajero, un sueño húmedo, una paja femenina en la

noche. Menos que nada: cero. Desaparezco entre dedos de mujer, entre manos corredizas, me sumerjo en sus

sienes, y desaparezco. Desaparezco.

Soy un reflejo en el objetivo de la cámara que nos mima, a la que sonreímos: nada. Vosotras que me

aprecíais por lo que miráis no me amáis, tan solo me deseáis, y a ratos. Nunca si hay alguien más

disponible. Y para aquellas que creen amarme lejos, tan lejos que no son capaces de quererme y

guardarme en un lugar cerca de ellas, soy: inexistente: yo. Inexistencia: estado: relación. Se acabó: ninguna

mujer me ama, alguna me quiere, o eso cree desde la lejanía; todas me miran, ninguna se acerca, o puede,

tan solo para no amarme, no quererme: mirarme más de cerca, nunca besarme; ninguna me besa; todas, sin

excepción, desaparecen.

Al final soy yo. Solo y solamente yo. Y os echo de menos a todas, que yo si os amé durante una hora,

que os otorgué el poder durante una hora, y fuísteis diosas durante una hora. Fuísteis dueñas, yo

esclavo, y nunca os dísteis cuenta. Y tú, lejanía, que crees amarme por encima de las cosas. Y tú, más

lejanía que crees necesitar a alguien por encima de las cosas. Y yo, tan lejos del amor y las personas

que lo envainan. Soy la rabia contenida del atleta de plata, de la estatua de bronce. Soy el golpe seco, la ira contenida, de la mano del suicida contra la mesa del suicida. Soy la sangre del suicida, sus venas.

Y soy: pobre, mas no tengo amor: lo desperdicié en palabras.

Quiero ser: libre.

sábado, 20 de agosto de 2011

Ronco Pradillo, entrega primera.

Hola. Me llamo Ronco Pradillo y voy a hablar sobre dios y sobre Antonio Soler. Estos días, con el alboroto del papa en Madrid, he llegado a pensar muchas cosas. Si para ellos, la máxima del encuentro papal radica en la reflexión profunda para acercarse a dios (San Juan de la Cruz lifestyle), yo he llegado al polo opuesto: la duda forever and ever y de regalo unas preguntas baratas que demuestran, mediante alguna lógica, la no existencia de dios. De Antonio Soler hablaré al final.

Iré al grano. Es cachondo el sector eclesiástico. Sí. Nos la mete doblada en nombre de dios, y encima con humor. "Dios está en todas partes y es capaz de ver todo lo que haces, Ronco", me dicen desde pequeño algunas monjas del colegio. Si hubiese tenido los arreos y las herramientas para responder hubiese respondido irónicamente. Es normal, ¿no?, diría. ¿Dónde estaba dios cuando los dinosaurios? ¿Dónde estaba dios cuando el meteorito? ¿Dónde, antes de Jesucristo? ¿Podría decirme, señora monja, si dios estaba en la cima del Everest esperando al primer escalador que lo subió para darle una palmadita en la espalda? Estoy seguro de que dios, tal y como lo conocemos o, mejor aún, tal y como lo conocía el primer escalador, llegó con él. Porque dios es un hedor humano. Heces, una micción. Sudor en un polo rosa. Es decir, donde llegue el hombre, llegará dios en una de sus, me quedo corto, millones de manifestaciones en la mente de las personas, sean cuales fueren. Cuando el hombre se acabe, se acabó dios. No habrá más chiringuitos que montar porque nunca hubo una playa. Bye, bye. Y viene la monja, simpática, y me dice que dios está en todas partes. Con sorna, oye. ¿No va a estar? Si dios es todo también es mi mierda y toda la putrefacción. Y los homosexuales. Y la Iglesia se pone una sotana y esconde el perdón de los pecados detrás de una sábana blanca, magia. Y todos acojonados. Porque dios está en todas partes. Y solo un cura tiene el poder de perdonar, estando dios en todas partes. Trámites, supongo.

Y ahora, Antonio Soler. En parte es como un cura, esconde el mensaje de una novela detrás de una sábana blanca, de un modo místico, así que todos somos ascetas. Y todos con la boca abierta. Oh. ¿Qué habrá detrás de la sábana blanca? ¿Qué habrá en el cuarto oscuro? Y respecto a las metáforas, le pasa como al ejército norteamericano. Dispara doscientas veces y da una vez en el objetivo.

¿Quién es Pedro Juan?

Trilogía de la Habana de Pedro Juan Gutiérrez.

Pedro Juan Gutiérrez es el que hace que Bukowski sea un autor de cuentos infantiles. Porque la miseria de la que habla Pedro Juan haría vomitar a Henri Chinaski todos sus oportos. Henry andaría por las calles de la Habana como un marqués entre los cerdos. Así es la Habana de Pedro Juan. Todos con la pinga empinada buscando templar todo el rato para olvidar las miserias. Ratas que suben por cañerías, viejos de setenta años que son capaces de provocarle tres o cuatro orgasmos a una muchacha que acaba de hacerle una paja a un ciclista. Negros que muestras su pinga para llamar la atención de la jebas. Viejas que se refugian en su apartamento y viven exclusivamente de los recuerdos y de algún pan que consiguen con la cartilla de racionamiento. Y mucha gente acumulada en cuartuchos que se van dividiendo y subdividiendo en las azoteas para que quepa más gente. Y un solo baño para todos. Y el agua que no entra, acere. Templar, templar es lo que busca todo el mundo y algún bisne con el que sacar fulas para poder comprar ron y cigarros. Las mujeres no te quieren si no llevas las fulas por delante. Ocho, diez, veinte orgasmos en una noche. Si no, será mejor que saques fulas de donde sea. Vete al campo y espera a que muera un caballo y entonces le saltas arriba, lo macheteas y llevas carne para vender. O si trabajas en la morgue, siempre puedes montar un negocio de hígado fresco. Todo por conseguir fulas, acere. Y cuando tienes fulas te las gastas en mujeres, para qué si no van a servir. Pero cuidado, si te cogen te encierran y allá adentro siempre hay alguien que quiere hacerse amigo tuyo para meterse por donde no debe. El culo es sagrado, acere. En la cárcel no hay amigos aunque sea entretenido que te cuenten historias y al final resulte que también me templé a tu madre. O no me la templé porque tenía el culo cagado.
Pedro Juan manda al carajo a la idílica Cuba comunista. Cualquier simpatía que pudiera tener uno por aquello se viene abajo después de leer la Trilogía de la Habana. También es verdad que si uno se mete en el retrete y describe lo que ve sólo va a poder hablar de culos pingas mierda y orines. Todo es cuestión de perspectivas. Recuerda Tres Tristes Tigres y me darás la razón.

viernes, 19 de agosto de 2011

Estoy justo ahí. En ese punto. En el punto de relajar cada músculo y sentir amor. Estoy en ese sitio que algunos ignoran. Disfrazada de gato sabio. De alma en pena. De lasciva perdición. En un momento de inconmensurable felicidad. Ahí. Donde se pierden los metros, los relojes, las magnitudes. Donde no hay dimensiones porque solo hay un instante en el que se juntan la sensación física con la certeza espiritual. Ahí, en una esquina, a salvo de la lluvia y de los salpicones de sucio barro, cerrando los ojos y viéndote claramente bajo la luz de la farola. Me tocas con tus manos holográficas y aunque no debiera las siento, me estremezco. Cierro fuerte los ojos y te siento.

Carla

Carla era la mujer más tranquila que uno pudiera imaginar. A Carla le reprochaban que su hijo no dejaba a nadie descansar, que vibraban los cristales, que a todos los tenía hasta los mismos. Decían que era el niño más chillón del vecindario y con razón. Sin embargo, ella nunca lo escuchó gritar, jamás sinceramente le molestó su pequeño al jugar o al chapotear en la piscina, o al golpear a los otros niños en las zonas comunes de la urbanización. Nunca le molestó. No, a ella no. 
A instancias del presidente de la comunidad, Carla fue al otorrino, que no le encontró nada y la derivó al neurólogo, que tras una resonancia magnética, no le encontró nada y la derivó al psicólogo, que tras unas trescientas cuestiones y varios dibujos, no le encontró nada (y mira que eso es difícil) y finalmente la derivó al psiquiatra. El reputado Dr. Alberte. Un genio, aseguró el psicólogo a Carla.

El doctor Alberte siempre tomaba notas. Conseguí, no pienso decir cómo, hacerme con algunas de las referentes a la primera sesión con Carla. Las transcribo a continuación (espero de ustedes la máxima discreción):
16 de agosto de 2011.
Paciente: Carla González Beltrán.
Primera visita. 33 años. Estudios primarios.
Se muestra tranquila. Se explica medianamente bien. No parece alienada, aturdida ni una majara.

Diagnóstico preliminar: Sordera de origen psicosomático.
Corrijo: Sordera selectiva. De origen psicosomático.
Nota personal: no olvidar llamar a Raquel para lo de mañana.

La paciente ha pasado controles médicos que constatan el origen psicológico de la dolencia; el psicólogo me manda una nota diciendo que es la persona más cuerda que jamás conoció (“mejorando lo presente, huelga decir”).
Nota personal: No olvidar programar el Madrid-Barça de mañana. La muy sádica de Raquel lo ha hecho a posta para ponerme a prueba. Es sádica. Con lo que me gusta el fútbol. Pero prefiero a Raquel. Aunque podíamos haber quedado después, o antes, u hoy, o pasado mañana.

La paciente tiene largos silencios. Le pregunto que si a veces se siente falta de fuerzas. La mujer explica que tiene seis hijos y que al fin y al cabo algo cansada está. Con seis hijos debe estar estresada: Le receto ansiolíticos, para aguantar los años que le quedan con seis hijos a medio criar; antidepresivos, para animarla un poco y quizás por algún efecto secundario que recupere el oído; y relajantes musculares para que destense la postura, que la noto algo tensa.
Nota: Comprar condones. Raquel no es de fiar y yo me la pienso tirar hasta por las orejas.

La paciente acepta mis indicaciones y quedamos en vernos pasados seis meses a ver qué tal.


Nota: No puedo esperar a mañana.


Paga al contado, los 100 euros y se va en paz. Otro ser humano al que he ayudado.

En varias semanas, Carla no solo se hizo adicta a los ansiolíticos y a los relajantes musculares sino que, bajo los efectos de los antidepresivos, mostró un cambio radical en su personalidad. A los tres meses de tomarlos estaba tan desinhibida que partió la nariz al presidente de la comunidad cuando vino de nuevo a quejarse de su criaturita linda. Después, todo el bloque oyó cómo se cepillaba al viudo del tercero de tanto como gritaba y se lo chismorrearon a su marido. Finalmente, Carla acabó, cómo no tras pillar un ciego muy tonto, en comisaría acusada de escándalo público. El marido se separó, le quitaron la custodia de sus seis hijos y pilló una depresión bestial. 
Antes de la segunda visita a la consulta del Dr. Alberte, ya estaba, camisa de fuerza, habitación acolchada, en una clínica mental.

jueves, 18 de agosto de 2011

Seguro


-Hola buenas tardes. ¿El dueño de la casa?
-El mismo.
-Mire, le llamo para hacerle una oferta…
-Lo siento, ya tengo ADSL, estoy abonada a la tele por satélite y suscrito a quince revistas.
-Bueno, yo le que ofrecía era un seguro.
-Tengo seguro de hogar, de coche, ampliación de garantía en el ordenador, el  Iphone, la cámara y hasta un seguro para cuando me muera, aunque esto último mejor no se lo diga a nadie que siempre es el principal móvil de asesinato en las películas.
-No, no, yo lo que le venía a enseñar es un nuevo tipo de seguro anti- soledad.
-¿Cómo dice?
-Le ofrecemos  un DHF (Dispositivo Humano Femenino) que toda la vida sienta compasión por usted y que podrá activar cada vez que se encuentre solo, triste y abandonado para que le abrace, le entretenga e, incluso, por un pequeño suplemento, le dé ciertas cosas que usted y yo sabemos. Además, no tendrá por qué comprometerse a nada con el mismo: no estará obligado a escuchar sus penas ni sacarlo a bailar. Es más, sus parejas pasajeras y amistades ni siquiera tendrán por qué conocer su existencia. Nosotros se lo instalamos y cuando usted necesite sus servicios no tiene más que llamarle, mandarle un e-mail o incluso cruzarse en su camino por la calle.
-Y…¿cuánto me dice que me costaría?
-¡Poco! Un regalo con cierto valor sentimental cada dos Navidades y su estupenda cara de puchero.
-¡Me ha convencido!
-¡Estupendo! No obstante, antes he de advertirle que la empresa no garantiza la completa salud mental del DHF después de unos cuantos años. En todo caso, siempre puede tirarlo y se lo cambiaremos por uno del color de pelo y nacionalidad que elija.

miércoles, 17 de agosto de 2011

Adicta a la idea de ti


Hace días que te llevo clavado en el pecho. Como una sombra rara que me acompaña donde voy y me sigue y me distrae.
No me convienes. Ando por ahí pensando en ti y en tus manos que nunca he visto. Distraída, me golpeo con cosas banales y pierdo llaves y oportunidades.
Quiero poder echarte de menos pero no puedo. Y te pienso.
Tú podrías ser un lugar donde vivir. Un libro que leer cada día. Un trabajo que yo resuelva a medias, algo incompleto. Una promesa. Un trayecto de tren interminable. Que desafía los accidentes geográficos y las inclemencias atmosféricas, que cruza fronteras y cordilleras de esas que tienen nieves perpetuas.
Y yo como una acera transitada mil veces que late, teme, quema y aflige al que pasa. Deseo. Viento frío en la cara.
Quiero echar de menos tu espalda.

lunes, 15 de agosto de 2011

Yo no creo en el amor: Esa cosa de adictos


 Os veo entre las sombras, os observo mientras lloráis, queréis, amáis, sinceráis, tocáis; hacéis, en definitiva, el estúpido. Desde las sombras cómo se cierne sobre vosotros un infierno candente lleno de nada, vacío de todo: un mundo lleno de amor vacío. Al menos en el infierno verdadero, en el real infierno, donde las súcubas te destrozan, allí, hay mujeres dispuestas a echar un polvo y contarte una historia. Vosotros, medio hombres, pequeños recipientes de esperma, habéis olvidado vuestro cometido: os habéis convertido en unos románticos de mierda. Y vosotras, estúpidas amas de casa, sumisas feministas que anheláis el calor de la carne candente, ¡oh! vosotras estáis en peligro de extinción, pues vuestras hermanas monjas con faldas cortas y ligueros  están siendo violadas por viejos jóvenes con sotanas de lentejuelas en discotecas olvidadas de la mano de dios; dominadas por el temor que os lleva al amor: la soledad profunda que albergáis en vuestras almas: la necesidad de tener alguien al lado que os lleva a la adicción fatal.

Yo he visto el amor nacer de la necesidad de las personas, verlo crecer ante las adversidades que éstas mismas parejas sembraron en su semilla e incrementar su altura, peso, y envergadura bajo el sol del deseo, siempre palpitante. Descerebrados, humanos de baja categoría arrastrados por la corriente sentimentalista de lo que uno mismo quiere que el resto de la gente vea de ellos: perros buscando amo. Sólo podéis abonar el amor con vuestras míseras relaciones y es vuestra culpa que no exista más que como idilio. Y Mientras: sexo, deseo carnal, tríos, aquelarres: todo eso en vuestras cabezas. Mientras y hacia afuera: “te quiero, mi amor”. Estáis enfermos y reprimidos.  Sí, yo he visto crecer el amor entre mariposas rosas, arcoíris multicolor y demás vicisitudes expresionistas. Parejas que se aman y se tocan con el pudor de un par de niños. Amor-amistad, poco a poco convertida en algo que no vale nada y al que le ponéis nombre por nombrarlo: relación: tiempo perdido.

El amor que ella procesa hacia él es sutil, ambiguo, nada sexual y más cariño y amistad que otra cosa. Él sólo quiere follársela, vivir en paz el resto de su vida, tener donde meterla y casarse: hijos: opcionales;  el resto da lo mismo; sí, incluso la felicidad de ella. Ella, por su parte, lucha por vivir al mismo tiempo que se ve arrastrada por la corriente que la sumerge en una relación que empieza a tomar forma de tiempo estancado, de agujero negro, de singularidad, de punto de no retorno: bienvenida, acabas de malgastar tu vida. Él es feliz, o casi, tiene a alguien a su lado, y ama ese cuerpo, esa carne, ese culo, esas tetas, esa boca que pide ser puesta abajo y en definitiva ese coño más de lo que ha amado antes nada, sobre todo, porque es la primera y única cosa que ha tenido así y probablemente tendrá. Sí, porque es un conformista y un cobarde.  Si queréis os cuento el final: él se aburre, llora y se enfada, se cabrea porque ella quiere vivir al margen de él: una vida plena, y no le interesa más que por el cariño que le procesa, y procesa, a lo largo y ancho de los años que llevan juntos. Y así, mil parejas.

Y así, otras mil: la profunda vacuidad en estado puro. Él no es nadie, sólo cuando está ella, porque es mejor que alguien sólo cuando la tiene cerca. Ella nunca llegará a ser nadie, ni tampoco le importa, será la que quiera que él sea, sólo, claro, cuando ella esté al lado de él, aunque ella eso no lo sepa. Tendrán un hijo, y será infeliz, aunque tendrá una madre dedicada a él en cuerpo y alma, y un padre que se cansará de él antes puede que de la madre. Entre ellos existirá una terrible dependencia, como en episodios anteriores, sin embargo una y otra vez se engañarán a ellos mismos antes que a su pareja en fantasías evanescentes, en películas de madrugada, en revistas pornográficas, puticlubs, bingos, y amantes furtivos; se engañarán, y seguirá siendo “amor”.

Yo no creo en el amor, en ese sentimiento sucio y pendenciero, rastrero y que lleva al hombre y a la mujer a hacer cosas deleznables llenas de la más vil intención, de la más egoísta intención con la que se puede llenar un sentimiento. Yo no creo en eso como vosotros, pequeños románticos enfermizos y de pacotilla empecinados en creer que las personas pueden estar conectadas por un vínculo mayor que el de una polla o unas tetas. Creer algo más allá de eso es tan absurdo como que tu gata te quiera por algo más que porque le das comida y tenga confianza contigo. De eso se trata, tú puedes desarrollar cariño por un animal, pero nunca podrás follártelo (a excepción de ser un enfermo e invertido) ergo nunca lo amarás. Sin embargo le das de comer; el animal: perro, gato, sí te quiere. Dale carne a una persona, conviértelo en animal, dale sexo a un mono, a un animal-persona, hombre o mujer, dale esperanzas y carne y te amará como esa persona cree que es o debiera ser el amor. Así lo denigrarás a Humanos- mono, Humanos- carne, Amantes-animal eso son, esos sois por extensión: terriblemente normales, imitadores de películas.

El sentimiento (con mayúsculas) lo ha creado gente que domina las palabras para tener vuestro tiempo ocupado, para que creáis que hay algo más que vuestras insulsas vidas vacías cargadas con el trabajo del día a día. Para que penséis que enamorarse es divertido pese a ser una locura, una enfermedad: algo que solo los adictos saben qué es.

Sólo unos pocos elegidos han sentido eso que se describe en las enciclopedias inútiles y descriptivas como amor. El resto pasará por la vida como pasan los días: sin ninguna pena ni gloria más que la pena de sus homogéneas vidas y la gloria de aquellos a quienes idolatren por alguna u otra razón; creyendo que aman. Pero los elegidos solo idolatrarán a aquellas personas por las que han sentido ese resquicio tan poco humano y  tan divino que sirve a la multitud para hacer aborrecible y normal ese sentimiento, rebajándolo a la no existencia. Pero ellos sí amarán, y será entonces cuando sean adictos. Pero ya no serán enamorados, sólo adictos. Sólo adictos.