viernes, 19 de agosto de 2011

Carla

Carla era la mujer más tranquila que uno pudiera imaginar. A Carla le reprochaban que su hijo no dejaba a nadie descansar, que vibraban los cristales, que a todos los tenía hasta los mismos. Decían que era el niño más chillón del vecindario y con razón. Sin embargo, ella nunca lo escuchó gritar, jamás sinceramente le molestó su pequeño al jugar o al chapotear en la piscina, o al golpear a los otros niños en las zonas comunes de la urbanización. Nunca le molestó. No, a ella no. 
A instancias del presidente de la comunidad, Carla fue al otorrino, que no le encontró nada y la derivó al neurólogo, que tras una resonancia magnética, no le encontró nada y la derivó al psicólogo, que tras unas trescientas cuestiones y varios dibujos, no le encontró nada (y mira que eso es difícil) y finalmente la derivó al psiquiatra. El reputado Dr. Alberte. Un genio, aseguró el psicólogo a Carla.

El doctor Alberte siempre tomaba notas. Conseguí, no pienso decir cómo, hacerme con algunas de las referentes a la primera sesión con Carla. Las transcribo a continuación (espero de ustedes la máxima discreción):
16 de agosto de 2011.
Paciente: Carla González Beltrán.
Primera visita. 33 años. Estudios primarios.
Se muestra tranquila. Se explica medianamente bien. No parece alienada, aturdida ni una majara.

Diagnóstico preliminar: Sordera de origen psicosomático.
Corrijo: Sordera selectiva. De origen psicosomático.
Nota personal: no olvidar llamar a Raquel para lo de mañana.

La paciente ha pasado controles médicos que constatan el origen psicológico de la dolencia; el psicólogo me manda una nota diciendo que es la persona más cuerda que jamás conoció (“mejorando lo presente, huelga decir”).
Nota personal: No olvidar programar el Madrid-Barça de mañana. La muy sádica de Raquel lo ha hecho a posta para ponerme a prueba. Es sádica. Con lo que me gusta el fútbol. Pero prefiero a Raquel. Aunque podíamos haber quedado después, o antes, u hoy, o pasado mañana.

La paciente tiene largos silencios. Le pregunto que si a veces se siente falta de fuerzas. La mujer explica que tiene seis hijos y que al fin y al cabo algo cansada está. Con seis hijos debe estar estresada: Le receto ansiolíticos, para aguantar los años que le quedan con seis hijos a medio criar; antidepresivos, para animarla un poco y quizás por algún efecto secundario que recupere el oído; y relajantes musculares para que destense la postura, que la noto algo tensa.
Nota: Comprar condones. Raquel no es de fiar y yo me la pienso tirar hasta por las orejas.

La paciente acepta mis indicaciones y quedamos en vernos pasados seis meses a ver qué tal.


Nota: No puedo esperar a mañana.


Paga al contado, los 100 euros y se va en paz. Otro ser humano al que he ayudado.

En varias semanas, Carla no solo se hizo adicta a los ansiolíticos y a los relajantes musculares sino que, bajo los efectos de los antidepresivos, mostró un cambio radical en su personalidad. A los tres meses de tomarlos estaba tan desinhibida que partió la nariz al presidente de la comunidad cuando vino de nuevo a quejarse de su criaturita linda. Después, todo el bloque oyó cómo se cepillaba al viudo del tercero de tanto como gritaba y se lo chismorrearon a su marido. Finalmente, Carla acabó, cómo no tras pillar un ciego muy tonto, en comisaría acusada de escándalo público. El marido se separó, le quitaron la custodia de sus seis hijos y pilló una depresión bestial. 
Antes de la segunda visita a la consulta del Dr. Alberte, ya estaba, camisa de fuerza, habitación acolchada, en una clínica mental.

1 comentario:

  1. Jajaja, oh, por casos así es que mi madre y mi hermana me aconsejan apartarme de los loqueros. Por eso, ¡Y por la poca vigilancia que tienen con sus notas de archivo eh!

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