martes, 30 de agosto de 2011

La subasta del lote 49


He vuelto a Pynchon, señor, y no me arrepiento. Castígame llamándome pedante, si así lo quieres, pero, ¡coño!, me ha vuelto a gustar. Ridiculízame dialécticamente porque no voy a saber explicarte en detalle por qué me ha gustado, y solo puedo aducir términos subjetivos. El principal es que Pynchon es raro, raro. Sus historias son escritas al rumbo de los vientos, de eso no me cabe duda. Este hombre crea sin saber muy bien qué está creando y al final le da la forma ciñéndose estrictamente a lo que le ha salido. Un poco al estilo de como los talladores de maderas dicen que crean su obra, que siempre empiezan diciendo que se encuentran un taco informe en el que ellos ven que está escondido un caballo o una muchacha o una montaña y lo único que hacen es quitarle lo que sobra. Pues digamos que Pynchon, probablemente, primero crea el mazacote de material y luego lo talla. Estoy seguro de que así es como crea su obra. Y estoy seguro de que donde disfruta es en esa primera parte, creando, como Dios, la materia prima sobre la que luego, como artista, o más bien, artesano, va a emplear sus habilidades. Eso es lo que le da peculiaridad a su obra. Como todo esto me lo acabo de inventar tú tienes que tomártelo como la impresión que me ha causado para, a partir de ella, hacerte una idea de lo que te vas a encontrar leyendo a Pynchon.
La subasta del lote 49 es un libro muy breve en comparación con los otros dos que tengo de este autor. Casi ridículo, menos de doscientas páginas, frente a las más de mil de aquellos. Y al menos dos personas que tengo referencia que lo han leído, una de ellas indirectamente a través de la otra, lo consideran un libro paranoico. Sin entender paranoico en un sentido médico, que no sé lo que significa, sino en un sentido vulgar lo que quiera que cualquiera de nosotros pensaría o sentiría al escuchar esa palabra en medio de una conversación banal, no siendo profesional o pedante que también es casi una profesión de fe en sí mismo. La personaja principal, desde luego, parece estar un poco paranoica y se comporta como tal, o bien las circunstancias por las que la zarandea Pynchon nos hace dudar a nosotros sobre si lo que le ocurre es real –en la realidad del libro, claro- o alguna especie de alucinación de la que la mujer se despertará al final. Ya te digo yo que no ocurre, de hecho el libro queda algo así como colgado del precipicio, la carretera se interrumpe bruscamente y si no frenas a tiempo te vas al barranco. No busques en este libro una historia que poder resumir luego a tus amigos para lucirte porque es imposible resumir las historias de Pynchon, en Pynchon te sumerges y luego sales y todo ese tiempo has estado en Pynchon que son tantas partes que no puedes mencionar ninguna. Y es bueno que así sea, al menos por mí lo digo, porque ya hay demasiadas historias que empiezan por el principio continúan sin torcerse por el medio llegan hasta el climax y luego descienden grácilmente hacia el final posándote suavemente en la palabra fin. ¡Por Dios!

3 comentarios:

  1. A mí me confundió hasta el título. En inglés es The Crying of Lot 49 que yo entendí como: el llanto de Lot 49 y pensaba que era una cita bíblica.

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  2. Probablemente se refiere al hecho de que gritan el lote en las subastas: eso es lo que espera la chica al final que griten "Lote 49" para saber quien será el misterioso postor

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