miércoles, 31 de agosto de 2011

He resucitado



Oh, hermanas, amigas. Ave! 


Hoy para celebrar mi propia resurrección, cual Ave Fénix gamberra me hice con un tirachinas marca ACME y me cargué la farola de enfrente de mi balcón. Ahora con el cielo estrellado sobre mi cabeza, bailo desnuda y planeo cómo empezaré la vida mañana, es decir, hoy cuando sea de día.
En principio, despertaré cuando mi cuerpo dicte y respiraré. Me pienso recrear entre las sábanas y fantasear. Tras un par de horas de solazamiento, me levantaré. Iré a la playa o la piscina, lo que se me dé. Tomaré el sol con mi libro de Golding, ya releído y desmadejado. Más tarde almorzaré mi comida favorita: macarrones con tomate. Sofisticada que es una. Pasaré de fregar los platos y me echaré una siesta, pensando en esa gente que no hace el amor. Una siesta de 6,4 grados en la escala de Richter. Después me dejaré llevar por las páginas de un visionario mientras mi hijo practica la escalada de muebles en modo profesional. Y cuando haya anochecido, me iré de fiesta hasta no poder más con mis huesecillos y vuelva a la cama. 


Es mi ritual de bienvenida al nuevo curso, a septiembre y a la vida que empieza como un ciclón del que no se puede escapar. Si me muero, dadle mis libros a A.



¡Ave, amigas! Moritura vos salutat.

martes, 30 de agosto de 2011

Basta

No quiero ser el hobby de nadie. No me gusta. Aunque parezca lo contrario, no deseo que me hagan daño. Con intención, sin intención. No lo soporto. Ya no.
Y es fácil jugar conmigo --tú, gato; yo, ratón-- porque nunca digo que no. Pero aprendí a decir "basta". Cuando el hierro candente me toca la piel, cuando veo que soy un juguete para tu diversión. Cierro los ojos y digo: "Basta".

La subasta del lote 49


He vuelto a Pynchon, señor, y no me arrepiento. Castígame llamándome pedante, si así lo quieres, pero, ¡coño!, me ha vuelto a gustar. Ridiculízame dialécticamente porque no voy a saber explicarte en detalle por qué me ha gustado, y solo puedo aducir términos subjetivos. El principal es que Pynchon es raro, raro. Sus historias son escritas al rumbo de los vientos, de eso no me cabe duda. Este hombre crea sin saber muy bien qué está creando y al final le da la forma ciñéndose estrictamente a lo que le ha salido. Un poco al estilo de como los talladores de maderas dicen que crean su obra, que siempre empiezan diciendo que se encuentran un taco informe en el que ellos ven que está escondido un caballo o una muchacha o una montaña y lo único que hacen es quitarle lo que sobra. Pues digamos que Pynchon, probablemente, primero crea el mazacote de material y luego lo talla. Estoy seguro de que así es como crea su obra. Y estoy seguro de que donde disfruta es en esa primera parte, creando, como Dios, la materia prima sobre la que luego, como artista, o más bien, artesano, va a emplear sus habilidades. Eso es lo que le da peculiaridad a su obra. Como todo esto me lo acabo de inventar tú tienes que tomártelo como la impresión que me ha causado para, a partir de ella, hacerte una idea de lo que te vas a encontrar leyendo a Pynchon.
La subasta del lote 49 es un libro muy breve en comparación con los otros dos que tengo de este autor. Casi ridículo, menos de doscientas páginas, frente a las más de mil de aquellos. Y al menos dos personas que tengo referencia que lo han leído, una de ellas indirectamente a través de la otra, lo consideran un libro paranoico. Sin entender paranoico en un sentido médico, que no sé lo que significa, sino en un sentido vulgar lo que quiera que cualquiera de nosotros pensaría o sentiría al escuchar esa palabra en medio de una conversación banal, no siendo profesional o pedante que también es casi una profesión de fe en sí mismo. La personaja principal, desde luego, parece estar un poco paranoica y se comporta como tal, o bien las circunstancias por las que la zarandea Pynchon nos hace dudar a nosotros sobre si lo que le ocurre es real –en la realidad del libro, claro- o alguna especie de alucinación de la que la mujer se despertará al final. Ya te digo yo que no ocurre, de hecho el libro queda algo así como colgado del precipicio, la carretera se interrumpe bruscamente y si no frenas a tiempo te vas al barranco. No busques en este libro una historia que poder resumir luego a tus amigos para lucirte porque es imposible resumir las historias de Pynchon, en Pynchon te sumerges y luego sales y todo ese tiempo has estado en Pynchon que son tantas partes que no puedes mencionar ninguna. Y es bueno que así sea, al menos por mí lo digo, porque ya hay demasiadas historias que empiezan por el principio continúan sin torcerse por el medio llegan hasta el climax y luego descienden grácilmente hacia el final posándote suavemente en la palabra fin. ¡Por Dios!

lunes, 29 de agosto de 2011

No se lo voy a coger


-¿Quién es?
-¿Y a ti qué te importa?
-Es él, ¿verdad?
Su cara de culpabilidad responde.
-Ni se te ocurra cogérselo, ¿me has oído?
-¡Claro que no se lo voy a coger! Eso está ya más que superado. ¡Es asqueroso!
-¿Entramos ahí?
 Cuando Carlos va a la barra y Laura se gira a hablar con un grupo de conocidos, saca el teléfono y escribe: ‘Q querias?’. Casi al instante recibe un: ‘Verte’.
-Me parece a mí o estás aquí sola…
-No, no. Te parecerá a ti.
El chico tiene una sonrisa agradable y huele muy bien. Le mira el logo de la camisa. Pedazo de pijo. Le pone cara de asco.
-No creo que a tus amigos les importe que te invite a una copa.
-¿Qué pintan mis amigos? Si quiero algo ya me lo pediré yo.
El de la camisa lo ha intentado. Está buena pero no merece la pena el esfuerzo. Se va con sus encantos a otra parte, no sin antes decirle que lo siente. Ella lo mira de reojo y se arrepiente un poco de haber sido así.  El sentimiento dura un par de segundos. Saca el teléfono del bolso y ve: ‘ Andas por aqui? Estoy en casa’.
-¡Ya estás otra vez!
-¡Que no! Sólo miraba la hora...Estoy un poco cansada y me duele la cabeza. Me voy a ir.
-Espérate un poco a que me acabe esto y te llevamos.
-No, ya me he pedido un taxi. Muchas gracias, de verdad.
Sin dar tiempo a réplicas se marcha. Evidentemente no hay ningún taxi esperándola porque sólo va a recorrer cuatro calles. El portal está abierto, así que sube y llama a la puerta con los nudillos, que no son horas. Cuando le abre y lo ve vestido, con un cigarro en la mano, piensa que esta vez van a hablar un poco. Que le va a decir lo mucho que la quiere y que necesita urgentemente que ella se mude a ese minúsculo apartamento. Joder qué guapo es. En cuestión de minutos se están revolcando en la cama. Mientras intenta recuperar la respiración y coger una postura para quedarse dormida, él le tiende su vestido como si fuera un trapo sucio y pregunta:
-¿Pides un taxi o te has traído el coche?
Al día siguiente recibe una llamada de Laura. Quiere saber si está mejor.
-Sí, sí. Me tomé un paracetamol y me fui en seguida a dormir.
Cuelga y piensa que ni paracetamol ni metadona:
‘Soy una puta yonki’.

domingo, 28 de agosto de 2011

todos moriremos igual

Anoche me colé en una fiesta. Con la camisa de fuerza a medio abrochar. Pensando que tenía el don de la invisibilidad. Supervisión de rayos X. Superoído rango 3. Poder mental. Capacidad de paralizar, de congelar. De matar. Me sumergí en la ponchera llena de sangría. Todos enmudecieron y la música cesó. Me comí medio pastel de maría. Ahora podía volar. Las sombras se asustaban. Hacían bien. Estaba decidido a no acabar la noche sin comerme el corazón de alguien para robarle su alma y aumentar los poderes del lado oscuro que aún me faltaban. Individuos borrosos como la nada, almas a la deriva. No era su corazón lo que yo buscaba. Dejé la fiesta, para vagar en la noche estrellada. Un gato gordo se me cruzó. Un ser vivo, con corazón caliente y siete vidas. Lo que yo necesitaba.
Amanecí en la margen izquierda del río. La camisa de fuerza desabrochada llena de manchas de sangre de gato. Abrí los ojos, dos o más esbirros del Doctor Muerte levitaban a mi alrededor. No opuse resistencia. La resaca anulaba mi voluntad y aunque podría haberlos fulminado, me dejé llevar a la Cueva de las Pastillas para recibir mi ración de drogas buenas.

sábado, 27 de agosto de 2011

Bribón de Roble

Hace cinco años que murió Bribón de Roble. No sé porqué escribo ahora; se me escapa al entendimiento el porqué no escribí acerca de él un año después, o seis; no entiendo la razón del quinto año. El mundo ha cambiado mucho desde entonces, más de lo que hubiese creído aquellos días de agosto en los que recorrí los últimos pasos de Bribón varias veces cada día hasta que volví a casa, después del verano. Recuerdo algunos detalles, ahora desaparecidos, que me hicieron pensar que todo estaba preparado. Que en aquella noche, en aquella curva y sobre aquella piedra estaba escrito el destino de mi amigo desde el mismo momento de su nacimiento.

Durante aquel verano el guión fue el habitual. Por la mañana dormíamos hasta tarde. Después de comer, íbamos a la playa. Nos gustaba hablar de fútbol, de videojuegos y de chicas, sobre todo de chicas. Como todos los años, había rostros nuevos y rostros conocidos: nosotros íbamos siempre a los nuevos que, por decirlo así, tenían mayor capacidad de sorpresa frente a las pocas, pero notables, maneras de gastar el tiempo en La Cala del Moral. Por la noche acudíamos al paseo marítimo en grupos de diez o quince y andábamos de allá a acá con pipas, chuches, cerveza en las manos. Hablábamos, comíamos, corríamos. Desaparecíamos enlos jardines de la urbanización. Santo Varón siempre tenía algún plan y una chica. Hacía una muesca en un algarrobo viejo cada vez que se llevaba una chica allí. Pero no quiero desviarme. Tengo que decir que Bribón vino ya con el corazón roto. Se lo intentamos recomponder, pero no hubo nada que hacer.

El único que iba a la playa por las mañanas era él. Solo, bajo el sol, tumbado en la orilla apoyado en los codos miraba el fondo del mar como si la respuesta a sus preguntas se hallaran allí. Si por las tardes paseaba por la orilla con cualquiera de nosotros, por la mañana se daba largos baños más allá del espigón, haciéndose el muerto. Creyéndose el muerto. También solía visitar a los niños cazadores de cangrejos, en el espigón. Les preguntaba y reía mucho con ellos, con su inocencia. Se agachaba y, según nos contó Montse Claramunt, ayudaba a los niños a cazar nécoras si estaba de humor. Una de las últimas actualizaciones de su blog, era un cuento dedicado a una niña del espigón que acababa con un suicidio. Con el tiempo he sabido que ese relato era una mala copia de otro cuento de Salinger. Digamos que en la playa encontraba algún tipo de cura inexplicable a su latente melancolía.

La cuestión es que a mitad del verano conoció una chica con la que llegó a ilusionarse. "Estoy contento", solía decir, "me encuentro muy agusto cuando estoy con ella y llego a olvidar, por momentos, todo lo que ha pasado este año". Hasta que un mediodía su moto derrapó en una curva y se salió de la carretera. Su cabeza chocó contra una piedra del suelo y, según nos contaron, se rompió como se rompe una sandía cuando cae al suelo. Allí lo encontraron, acto seguido, tumbado bajo un árbol, desdibujado, roto. Ahora, cada vez que paso por delante de la piedra, delante del árbol y en aquella curva, pienso en Bribón de Roble. No se suicidó como en su relato con la niña del espigón. Pero aquella piedra hizo de Teseo, y no tuvo la necesidad de levantarse del polvo.

jueves, 25 de agosto de 2011

Ajedrez: deporte o afición

Quién no se ha partido la cara con alguien que discute si quiera que el ajedrez sea un deporte. Un deporte olímpico, o sea. 
Todo empezó un día de calor en que un psicópata que conozco me invitó a jugar al ajedrez pero, como no nos podemos ni ver, la idea era hacerlo a través de una web: el puto chess.com. "Sí, jugamos al chess, o sea, en Internet". "Es lo más", me dice, "lo vas a flipar". Tres antiácidos después, tras colgarle y digerir esa jerga dañina, lo repensé. Me pareció que sería un buen modo de darle lo suyo sin volverle a pegar que no me apetece pasar otra noche en el cuartelillo. 
La primera vez, me dio jaque (checkmate, para los guays) en un par de minutos y, como se me volvió a abrir la úlcera, tuve que dejar de jugar unas semanas. La siguiente vez hice trampas. Que cómo se hace trampas al ajedrez on line. Aquí lo voy a decir para que el Yoni o cualquiera de mis adversarios lo lean, ¡ja! Bueno empatamos, lo que en el argot ajedrecístico de toda la vida es quedar en tablas y ahora se dice draw, que mola más. En fin, que me piqué, me envicié y me enganché. Para variar. Otra maldita necesidad en mi vida de yonqui total. Me paso el día jugando al chess, esperando que algunos se conecten para que muevan de una jodida vez y echando partidas rápidas (¿a qué me recuerda esto?) de 3 o 5 minutos no aptas para cardiacos. Me gana hasta un niñato con pinta de Justin Bieber con el que he trabado amistad. Aún así, pocas veces me rendí: es de mariquitas, moñas, cobardes y mierdas tirar el rey (o resign, como dice este friqui de medio pelo por el que me enganché). 
Ahora que no puedo dejar de retar a conocidos y desconocidos y me doy contra la pared cada vez que pierdo, peor que un forofo del Real Madrid tras un partido con el Barça, me doy cuenta de que esto no es una afición. Es un vicio, como otro cualquiera, como el tabaco o peor. Y digo yo si el ajedrez es una afición y fumar lo es igual, ya no se podría prohibir o tampoco se podría jugar chess en un bar. En fin, que lo decidan las ministras. La cuestión importante aquí es que tampoco es un deporte, y lo sé cierto, en este momento lo comprendo, y lo reconozco, a pesar de todas las patadas que repartí en nombre de aquella verdad. 
Lo sé, porque he engordado 15 kilos, se han agravado mis problemas de corazón y tengo las piernas azules por las varices. Sí, lo sé. Algún listo puede decir que nada de eso lo ha causado directamente el ajedrez o su práctica pero como me lo diga en la cara le voy a dar una cantidad de hostias que me voy a quedar en la gloria. Voy a desfogar. La lucha libre mexicana, el Muay Thai de La Palmilla, el sitra achra o pelea gitana, ¡esos son deportes! El ajedrez es una putada.

martes, 23 de agosto de 2011

¿?


-¿Es usted la señora Circe?
-Si. Yo soy Circe. Y no soy señora, sino diosa.
-Si, bueno. Yo venía a buscar a mi padre.
-¿Tu padre? Aquí no está. Aquí solo hay cerdos.
-¿Solo cerdos?¿Ningún hombre?
-Solo cerdos.
-Pues me habrán informado mal. Usted disculpe.
-Vaya usted con Zeus.

lunes, 22 de agosto de 2011

Faye, la zorra que se mete en mi web

A Faye, la zorra que se mete en mi web



Faye quiere publicidad sin pagar y causa problemas donde quiera que va. Es un putón pero merece al menos una canción (este verso por tus tetas). Una canción que diga: "Sí, nena, me calientas, no lo voy a negar. Pero no pagué por esto antes y ahora no voy a empezar. No vas a ver mi pasta, Faye".
Ahora los adictos estamos divididos: los partidarios de Faye y las enemigas de Faye. Por tu culpa, Faye, A. no me habla. Me llaman dictadora porque te marqué como spam. Pero, ¡coño, Faye, ponte en mi lugar!
¿Tú me haces a mí publicidad? ¿Me ayudas en algunos de mis propósitos? ¿Haces algo por la humanidad salvo aumentar la velocidad de promedio en la masturbación tanto masculina como femenina? Quizás esto último ayude a la humanidad. Mas ¿a , en qué me ayuda? Porque, Faye, entiéndelo, yo no soy de piedra y tú estás muy buena. Pero si algo he aprendido en mis ciento tres vidas, algunas también como puta, es que en este mundo no hay nada gratis. Así que, tía, paga o lárgate.

PD: Dice A. que puedes pagar en especie. Pero ya le he dicho yo que nasti.

Al terminar, tirar de la cadena. Gracias.


Me envuelvo de palabras. Me disfrazo de palabras. Me oculto en palabras. Me defino en las palabras. Me meo en las palabras. Me defeco en las palabras. Me están hartando las palabras. Me escondo en las palabras. Me ausculto en las palabras. Me vivo en las palabras. No soy las palabras. Me rindo a las palabras. Me siento una palabra. Palabra. Palabra. Palabra. Me cago en las palabras. Me pierdo en las palabras. Me mareo de palabras. Me miento con las palabras. Me adormezco en una cuna de palabras. Me hartan las palabras. Me hipnotizan las palabras. Me acuerdo sólo de palabras. Me estoy ahogando con tantas palabras. Me disculpo sólo con palabras. Me declaro palabra. Me aclaro con las palabras. Y es mentira. Me mancho con las palabras. Me están dando ganas de quemarme el órgano reproductor de palabras. Me corto-palabra-los-dedos-palabras. Me miento con las palabras. Solo estoy hecho de palabras. La santa palabra. La puta palabra. La casta palabra. La ingenua palabra. La tonta palabra. La acústica palabra. La aislada palabra. La impotente palabra. La insaciable palabra. Chancro, cáncer, virus, infección. Me cago en todas las palabras. Quiero ser mudo. Estoy vacío y debo llenarme de... palabras. Aire. Palabras. Aire. Palabras. Silencio.

domingo, 21 de agosto de 2011

Ninguna mujer


Ninguna mujer me ama, alguna me quiere, todas me miran, jamás alguna me besa, todas desaparecen.

Soy un trofeo, un leve amargor en la búsqueda de lo que se ansía levemente, precariamente, nunca de

forma dispuesta. Soy un hombre-pene, poca cosa, atractivo a secas. Una foto, un recuerdo, un apretón de

manos, un baile triste; triste y rápido, rápido y vacío. Soy una mirada furtiva con una mujer en celo,

en celo durante 3 minutos, en celo durante 10 minutos; se pasó el celo, desapareció la mujer. Solo quedo

yo. Soy un solitario, no quedo más que yo. Una botella, un tapón: licor fuerte: calor. Soy alguien que

no es Yo. Yo se ha disuelto en el alcohol. Yo es alguien que desean algunas, que nadie coge, que se

sienta tranquilo en un sillón, en un escalón, en poca cosa, y toma ron.

Estoy. Estoy del verbo estar:

tranquilo: jodido: en un estado diferente de conciencia: no estoy. Estoy, lejos de aquí; lejos de todos vosotros; lejos

de las mujeres que me miran bastante, que no hacen nada, que nunca me quieren, que jamás me aman. Lejos,

lejos como un dinosaurio en el tiempo, como Australia en el espacio; como Andrómeda en espacio-tiempo.

Soy: he dejado de ser: un hombre, una persona que es deseada, querida, amada. Todos procesan amistad

hacia este ser tan deplorable, tan abrazable quizá, todos cariño: nadie amor. Yo soy un adicto al amor, he

crecido amando desde mi juventud. Dependo del amor, no de la amante, me enamoro del amor; lástima, no de

la mujer. Así: soy un objeto. No existo, soy un amor pasajero, un sueño húmedo, una paja femenina en la

noche. Menos que nada: cero. Desaparezco entre dedos de mujer, entre manos corredizas, me sumerjo en sus

sienes, y desaparezco. Desaparezco.

Soy un reflejo en el objetivo de la cámara que nos mima, a la que sonreímos: nada. Vosotras que me

aprecíais por lo que miráis no me amáis, tan solo me deseáis, y a ratos. Nunca si hay alguien más

disponible. Y para aquellas que creen amarme lejos, tan lejos que no son capaces de quererme y

guardarme en un lugar cerca de ellas, soy: inexistente: yo. Inexistencia: estado: relación. Se acabó: ninguna

mujer me ama, alguna me quiere, o eso cree desde la lejanía; todas me miran, ninguna se acerca, o puede,

tan solo para no amarme, no quererme: mirarme más de cerca, nunca besarme; ninguna me besa; todas, sin

excepción, desaparecen.

Al final soy yo. Solo y solamente yo. Y os echo de menos a todas, que yo si os amé durante una hora,

que os otorgué el poder durante una hora, y fuísteis diosas durante una hora. Fuísteis dueñas, yo

esclavo, y nunca os dísteis cuenta. Y tú, lejanía, que crees amarme por encima de las cosas. Y tú, más

lejanía que crees necesitar a alguien por encima de las cosas. Y yo, tan lejos del amor y las personas

que lo envainan. Soy la rabia contenida del atleta de plata, de la estatua de bronce. Soy el golpe seco, la ira contenida, de la mano del suicida contra la mesa del suicida. Soy la sangre del suicida, sus venas.

Y soy: pobre, mas no tengo amor: lo desperdicié en palabras.

Quiero ser: libre.

sábado, 20 de agosto de 2011

Ronco Pradillo, entrega primera.

Hola. Me llamo Ronco Pradillo y voy a hablar sobre dios y sobre Antonio Soler. Estos días, con el alboroto del papa en Madrid, he llegado a pensar muchas cosas. Si para ellos, la máxima del encuentro papal radica en la reflexión profunda para acercarse a dios (San Juan de la Cruz lifestyle), yo he llegado al polo opuesto: la duda forever and ever y de regalo unas preguntas baratas que demuestran, mediante alguna lógica, la no existencia de dios. De Antonio Soler hablaré al final.

Iré al grano. Es cachondo el sector eclesiástico. Sí. Nos la mete doblada en nombre de dios, y encima con humor. "Dios está en todas partes y es capaz de ver todo lo que haces, Ronco", me dicen desde pequeño algunas monjas del colegio. Si hubiese tenido los arreos y las herramientas para responder hubiese respondido irónicamente. Es normal, ¿no?, diría. ¿Dónde estaba dios cuando los dinosaurios? ¿Dónde estaba dios cuando el meteorito? ¿Dónde, antes de Jesucristo? ¿Podría decirme, señora monja, si dios estaba en la cima del Everest esperando al primer escalador que lo subió para darle una palmadita en la espalda? Estoy seguro de que dios, tal y como lo conocemos o, mejor aún, tal y como lo conocía el primer escalador, llegó con él. Porque dios es un hedor humano. Heces, una micción. Sudor en un polo rosa. Es decir, donde llegue el hombre, llegará dios en una de sus, me quedo corto, millones de manifestaciones en la mente de las personas, sean cuales fueren. Cuando el hombre se acabe, se acabó dios. No habrá más chiringuitos que montar porque nunca hubo una playa. Bye, bye. Y viene la monja, simpática, y me dice que dios está en todas partes. Con sorna, oye. ¿No va a estar? Si dios es todo también es mi mierda y toda la putrefacción. Y los homosexuales. Y la Iglesia se pone una sotana y esconde el perdón de los pecados detrás de una sábana blanca, magia. Y todos acojonados. Porque dios está en todas partes. Y solo un cura tiene el poder de perdonar, estando dios en todas partes. Trámites, supongo.

Y ahora, Antonio Soler. En parte es como un cura, esconde el mensaje de una novela detrás de una sábana blanca, de un modo místico, así que todos somos ascetas. Y todos con la boca abierta. Oh. ¿Qué habrá detrás de la sábana blanca? ¿Qué habrá en el cuarto oscuro? Y respecto a las metáforas, le pasa como al ejército norteamericano. Dispara doscientas veces y da una vez en el objetivo.

¿Quién es Pedro Juan?

Trilogía de la Habana de Pedro Juan Gutiérrez.

Pedro Juan Gutiérrez es el que hace que Bukowski sea un autor de cuentos infantiles. Porque la miseria de la que habla Pedro Juan haría vomitar a Henri Chinaski todos sus oportos. Henry andaría por las calles de la Habana como un marqués entre los cerdos. Así es la Habana de Pedro Juan. Todos con la pinga empinada buscando templar todo el rato para olvidar las miserias. Ratas que suben por cañerías, viejos de setenta años que son capaces de provocarle tres o cuatro orgasmos a una muchacha que acaba de hacerle una paja a un ciclista. Negros que muestras su pinga para llamar la atención de la jebas. Viejas que se refugian en su apartamento y viven exclusivamente de los recuerdos y de algún pan que consiguen con la cartilla de racionamiento. Y mucha gente acumulada en cuartuchos que se van dividiendo y subdividiendo en las azoteas para que quepa más gente. Y un solo baño para todos. Y el agua que no entra, acere. Templar, templar es lo que busca todo el mundo y algún bisne con el que sacar fulas para poder comprar ron y cigarros. Las mujeres no te quieren si no llevas las fulas por delante. Ocho, diez, veinte orgasmos en una noche. Si no, será mejor que saques fulas de donde sea. Vete al campo y espera a que muera un caballo y entonces le saltas arriba, lo macheteas y llevas carne para vender. O si trabajas en la morgue, siempre puedes montar un negocio de hígado fresco. Todo por conseguir fulas, acere. Y cuando tienes fulas te las gastas en mujeres, para qué si no van a servir. Pero cuidado, si te cogen te encierran y allá adentro siempre hay alguien que quiere hacerse amigo tuyo para meterse por donde no debe. El culo es sagrado, acere. En la cárcel no hay amigos aunque sea entretenido que te cuenten historias y al final resulte que también me templé a tu madre. O no me la templé porque tenía el culo cagado.
Pedro Juan manda al carajo a la idílica Cuba comunista. Cualquier simpatía que pudiera tener uno por aquello se viene abajo después de leer la Trilogía de la Habana. También es verdad que si uno se mete en el retrete y describe lo que ve sólo va a poder hablar de culos pingas mierda y orines. Todo es cuestión de perspectivas. Recuerda Tres Tristes Tigres y me darás la razón.

viernes, 19 de agosto de 2011

Estoy justo ahí. En ese punto. En el punto de relajar cada músculo y sentir amor. Estoy en ese sitio que algunos ignoran. Disfrazada de gato sabio. De alma en pena. De lasciva perdición. En un momento de inconmensurable felicidad. Ahí. Donde se pierden los metros, los relojes, las magnitudes. Donde no hay dimensiones porque solo hay un instante en el que se juntan la sensación física con la certeza espiritual. Ahí, en una esquina, a salvo de la lluvia y de los salpicones de sucio barro, cerrando los ojos y viéndote claramente bajo la luz de la farola. Me tocas con tus manos holográficas y aunque no debiera las siento, me estremezco. Cierro fuerte los ojos y te siento.

Carla

Carla era la mujer más tranquila que uno pudiera imaginar. A Carla le reprochaban que su hijo no dejaba a nadie descansar, que vibraban los cristales, que a todos los tenía hasta los mismos. Decían que era el niño más chillón del vecindario y con razón. Sin embargo, ella nunca lo escuchó gritar, jamás sinceramente le molestó su pequeño al jugar o al chapotear en la piscina, o al golpear a los otros niños en las zonas comunes de la urbanización. Nunca le molestó. No, a ella no. 
A instancias del presidente de la comunidad, Carla fue al otorrino, que no le encontró nada y la derivó al neurólogo, que tras una resonancia magnética, no le encontró nada y la derivó al psicólogo, que tras unas trescientas cuestiones y varios dibujos, no le encontró nada (y mira que eso es difícil) y finalmente la derivó al psiquiatra. El reputado Dr. Alberte. Un genio, aseguró el psicólogo a Carla.

El doctor Alberte siempre tomaba notas. Conseguí, no pienso decir cómo, hacerme con algunas de las referentes a la primera sesión con Carla. Las transcribo a continuación (espero de ustedes la máxima discreción):
16 de agosto de 2011.
Paciente: Carla González Beltrán.
Primera visita. 33 años. Estudios primarios.
Se muestra tranquila. Se explica medianamente bien. No parece alienada, aturdida ni una majara.

Diagnóstico preliminar: Sordera de origen psicosomático.
Corrijo: Sordera selectiva. De origen psicosomático.
Nota personal: no olvidar llamar a Raquel para lo de mañana.

La paciente ha pasado controles médicos que constatan el origen psicológico de la dolencia; el psicólogo me manda una nota diciendo que es la persona más cuerda que jamás conoció (“mejorando lo presente, huelga decir”).
Nota personal: No olvidar programar el Madrid-Barça de mañana. La muy sádica de Raquel lo ha hecho a posta para ponerme a prueba. Es sádica. Con lo que me gusta el fútbol. Pero prefiero a Raquel. Aunque podíamos haber quedado después, o antes, u hoy, o pasado mañana.

La paciente tiene largos silencios. Le pregunto que si a veces se siente falta de fuerzas. La mujer explica que tiene seis hijos y que al fin y al cabo algo cansada está. Con seis hijos debe estar estresada: Le receto ansiolíticos, para aguantar los años que le quedan con seis hijos a medio criar; antidepresivos, para animarla un poco y quizás por algún efecto secundario que recupere el oído; y relajantes musculares para que destense la postura, que la noto algo tensa.
Nota: Comprar condones. Raquel no es de fiar y yo me la pienso tirar hasta por las orejas.

La paciente acepta mis indicaciones y quedamos en vernos pasados seis meses a ver qué tal.


Nota: No puedo esperar a mañana.


Paga al contado, los 100 euros y se va en paz. Otro ser humano al que he ayudado.

En varias semanas, Carla no solo se hizo adicta a los ansiolíticos y a los relajantes musculares sino que, bajo los efectos de los antidepresivos, mostró un cambio radical en su personalidad. A los tres meses de tomarlos estaba tan desinhibida que partió la nariz al presidente de la comunidad cuando vino de nuevo a quejarse de su criaturita linda. Después, todo el bloque oyó cómo se cepillaba al viudo del tercero de tanto como gritaba y se lo chismorrearon a su marido. Finalmente, Carla acabó, cómo no tras pillar un ciego muy tonto, en comisaría acusada de escándalo público. El marido se separó, le quitaron la custodia de sus seis hijos y pilló una depresión bestial. 
Antes de la segunda visita a la consulta del Dr. Alberte, ya estaba, camisa de fuerza, habitación acolchada, en una clínica mental.

jueves, 18 de agosto de 2011

Seguro


-Hola buenas tardes. ¿El dueño de la casa?
-El mismo.
-Mire, le llamo para hacerle una oferta…
-Lo siento, ya tengo ADSL, estoy abonada a la tele por satélite y suscrito a quince revistas.
-Bueno, yo le que ofrecía era un seguro.
-Tengo seguro de hogar, de coche, ampliación de garantía en el ordenador, el  Iphone, la cámara y hasta un seguro para cuando me muera, aunque esto último mejor no se lo diga a nadie que siempre es el principal móvil de asesinato en las películas.
-No, no, yo lo que le venía a enseñar es un nuevo tipo de seguro anti- soledad.
-¿Cómo dice?
-Le ofrecemos  un DHF (Dispositivo Humano Femenino) que toda la vida sienta compasión por usted y que podrá activar cada vez que se encuentre solo, triste y abandonado para que le abrace, le entretenga e, incluso, por un pequeño suplemento, le dé ciertas cosas que usted y yo sabemos. Además, no tendrá por qué comprometerse a nada con el mismo: no estará obligado a escuchar sus penas ni sacarlo a bailar. Es más, sus parejas pasajeras y amistades ni siquiera tendrán por qué conocer su existencia. Nosotros se lo instalamos y cuando usted necesite sus servicios no tiene más que llamarle, mandarle un e-mail o incluso cruzarse en su camino por la calle.
-Y…¿cuánto me dice que me costaría?
-¡Poco! Un regalo con cierto valor sentimental cada dos Navidades y su estupenda cara de puchero.
-¡Me ha convencido!
-¡Estupendo! No obstante, antes he de advertirle que la empresa no garantiza la completa salud mental del DHF después de unos cuantos años. En todo caso, siempre puede tirarlo y se lo cambiaremos por uno del color de pelo y nacionalidad que elija.

miércoles, 17 de agosto de 2011

Adicta a la idea de ti


Hace días que te llevo clavado en el pecho. Como una sombra rara que me acompaña donde voy y me sigue y me distrae.
No me convienes. Ando por ahí pensando en ti y en tus manos que nunca he visto. Distraída, me golpeo con cosas banales y pierdo llaves y oportunidades.
Quiero poder echarte de menos pero no puedo. Y te pienso.
Tú podrías ser un lugar donde vivir. Un libro que leer cada día. Un trabajo que yo resuelva a medias, algo incompleto. Una promesa. Un trayecto de tren interminable. Que desafía los accidentes geográficos y las inclemencias atmosféricas, que cruza fronteras y cordilleras de esas que tienen nieves perpetuas.
Y yo como una acera transitada mil veces que late, teme, quema y aflige al que pasa. Deseo. Viento frío en la cara.
Quiero echar de menos tu espalda.

lunes, 15 de agosto de 2011

Yo no creo en el amor: Esa cosa de adictos


 Os veo entre las sombras, os observo mientras lloráis, queréis, amáis, sinceráis, tocáis; hacéis, en definitiva, el estúpido. Desde las sombras cómo se cierne sobre vosotros un infierno candente lleno de nada, vacío de todo: un mundo lleno de amor vacío. Al menos en el infierno verdadero, en el real infierno, donde las súcubas te destrozan, allí, hay mujeres dispuestas a echar un polvo y contarte una historia. Vosotros, medio hombres, pequeños recipientes de esperma, habéis olvidado vuestro cometido: os habéis convertido en unos románticos de mierda. Y vosotras, estúpidas amas de casa, sumisas feministas que anheláis el calor de la carne candente, ¡oh! vosotras estáis en peligro de extinción, pues vuestras hermanas monjas con faldas cortas y ligueros  están siendo violadas por viejos jóvenes con sotanas de lentejuelas en discotecas olvidadas de la mano de dios; dominadas por el temor que os lleva al amor: la soledad profunda que albergáis en vuestras almas: la necesidad de tener alguien al lado que os lleva a la adicción fatal.

Yo he visto el amor nacer de la necesidad de las personas, verlo crecer ante las adversidades que éstas mismas parejas sembraron en su semilla e incrementar su altura, peso, y envergadura bajo el sol del deseo, siempre palpitante. Descerebrados, humanos de baja categoría arrastrados por la corriente sentimentalista de lo que uno mismo quiere que el resto de la gente vea de ellos: perros buscando amo. Sólo podéis abonar el amor con vuestras míseras relaciones y es vuestra culpa que no exista más que como idilio. Y Mientras: sexo, deseo carnal, tríos, aquelarres: todo eso en vuestras cabezas. Mientras y hacia afuera: “te quiero, mi amor”. Estáis enfermos y reprimidos.  Sí, yo he visto crecer el amor entre mariposas rosas, arcoíris multicolor y demás vicisitudes expresionistas. Parejas que se aman y se tocan con el pudor de un par de niños. Amor-amistad, poco a poco convertida en algo que no vale nada y al que le ponéis nombre por nombrarlo: relación: tiempo perdido.

El amor que ella procesa hacia él es sutil, ambiguo, nada sexual y más cariño y amistad que otra cosa. Él sólo quiere follársela, vivir en paz el resto de su vida, tener donde meterla y casarse: hijos: opcionales;  el resto da lo mismo; sí, incluso la felicidad de ella. Ella, por su parte, lucha por vivir al mismo tiempo que se ve arrastrada por la corriente que la sumerge en una relación que empieza a tomar forma de tiempo estancado, de agujero negro, de singularidad, de punto de no retorno: bienvenida, acabas de malgastar tu vida. Él es feliz, o casi, tiene a alguien a su lado, y ama ese cuerpo, esa carne, ese culo, esas tetas, esa boca que pide ser puesta abajo y en definitiva ese coño más de lo que ha amado antes nada, sobre todo, porque es la primera y única cosa que ha tenido así y probablemente tendrá. Sí, porque es un conformista y un cobarde.  Si queréis os cuento el final: él se aburre, llora y se enfada, se cabrea porque ella quiere vivir al margen de él: una vida plena, y no le interesa más que por el cariño que le procesa, y procesa, a lo largo y ancho de los años que llevan juntos. Y así, mil parejas.

Y así, otras mil: la profunda vacuidad en estado puro. Él no es nadie, sólo cuando está ella, porque es mejor que alguien sólo cuando la tiene cerca. Ella nunca llegará a ser nadie, ni tampoco le importa, será la que quiera que él sea, sólo, claro, cuando ella esté al lado de él, aunque ella eso no lo sepa. Tendrán un hijo, y será infeliz, aunque tendrá una madre dedicada a él en cuerpo y alma, y un padre que se cansará de él antes puede que de la madre. Entre ellos existirá una terrible dependencia, como en episodios anteriores, sin embargo una y otra vez se engañarán a ellos mismos antes que a su pareja en fantasías evanescentes, en películas de madrugada, en revistas pornográficas, puticlubs, bingos, y amantes furtivos; se engañarán, y seguirá siendo “amor”.

Yo no creo en el amor, en ese sentimiento sucio y pendenciero, rastrero y que lleva al hombre y a la mujer a hacer cosas deleznables llenas de la más vil intención, de la más egoísta intención con la que se puede llenar un sentimiento. Yo no creo en eso como vosotros, pequeños románticos enfermizos y de pacotilla empecinados en creer que las personas pueden estar conectadas por un vínculo mayor que el de una polla o unas tetas. Creer algo más allá de eso es tan absurdo como que tu gata te quiera por algo más que porque le das comida y tenga confianza contigo. De eso se trata, tú puedes desarrollar cariño por un animal, pero nunca podrás follártelo (a excepción de ser un enfermo e invertido) ergo nunca lo amarás. Sin embargo le das de comer; el animal: perro, gato, sí te quiere. Dale carne a una persona, conviértelo en animal, dale sexo a un mono, a un animal-persona, hombre o mujer, dale esperanzas y carne y te amará como esa persona cree que es o debiera ser el amor. Así lo denigrarás a Humanos- mono, Humanos- carne, Amantes-animal eso son, esos sois por extensión: terriblemente normales, imitadores de películas.

El sentimiento (con mayúsculas) lo ha creado gente que domina las palabras para tener vuestro tiempo ocupado, para que creáis que hay algo más que vuestras insulsas vidas vacías cargadas con el trabajo del día a día. Para que penséis que enamorarse es divertido pese a ser una locura, una enfermedad: algo que solo los adictos saben qué es.

Sólo unos pocos elegidos han sentido eso que se describe en las enciclopedias inútiles y descriptivas como amor. El resto pasará por la vida como pasan los días: sin ninguna pena ni gloria más que la pena de sus homogéneas vidas y la gloria de aquellos a quienes idolatren por alguna u otra razón; creyendo que aman. Pero los elegidos solo idolatrarán a aquellas personas por las que han sentido ese resquicio tan poco humano y  tan divino que sirve a la multitud para hacer aborrecible y normal ese sentimiento, rebajándolo a la no existencia. Pero ellos sí amarán, y será entonces cuando sean adictos. Pero ya no serán enamorados, sólo adictos. Sólo adictos.

Marie

Comencé a ser un adicto al porno cuando tenía dieciséis años. Lo que yo no sabía es que, la chica con la que practicaba sexo a esa edad, se iba a convertir, por méritos propios, en la hiperbolización exagerada de esa extraña adicción. Lo que viene a significar que, con el paso del tiempo, todo se iría multiplicando sistemáticamente, sobretodo el sexo.
El primer contacto con el porno fue cuando tenía alrededor de catorce años, no estoy seguro. Descubrí, no con poca suerte, unas cintas de vídeo debajo de la cama de papá. Recuerdo que esperé unos días, hasta quedarme solo en casa, para comprobar el contenido de las mismas. Cuando así lo hice, descubrí de qué manera papá practicaba sexo, no solo con mamá, si no con un diverso y multicoloreado abanico de mujeres a lo largo y ancho de su vida. Me excitaban tanto los vídeos que, recuerdo, fui a sacar copias de las cintas para mi consumo propio. Recuerdo, también, que a partir de entonces, y por razones obvias, la relación con mi papá se fue deteriorando un poco, a pesar de la admiración que en mí se despertó al comprobar cómo hacia papá gritar a las mujeres una y dos y tres veces en menos de diez minutos; cómo las agarraba por la cintura y les pegaba en el culo; cómo había evolucionado en su manera de hacer el amor desde que tuvo unos veintidós años (la cinta más antigua se corresponde con esa edad de papá) hasta los cuarenta y pocos, cuando mamá tenía ya la exclusiva del gran falo deseado de papá.
Creo que, con todo esto, han entendido que mi entrada en el porno fue, a todas luces, traumática, y debería marcarme de por vida, como así ha sido. Lo peor (o lo mejor) estaba aún por llegar. Debido a mis altos niveles de excitación a una edad tan temprana, a los extremos sexuales a los que había llegado de un modo tan abrupto, cada vez necesitaba más hiperbolización de la sexualidad para conseguir excitarme como era debido. Reconozco que cuando empecé a ser un adicto al porno con dieciséis años, había experimentado en mi pene una amplia gama de escenas sexuales de lo más depravador: madres con hijos, padres con hijas, madres con hijas, violaciones (supongo que fingidas), sexo grupal (veinte hombres con una mujer), maridos que ven como se follan a sus mujeres en directo y se masturban con ello, etc. Sumándole, claro está, la inagotable fuente de amantes que papá escondía debajo de la cama.
Con el paso del tiempo esta situación llegó a ser una ventaja. Cuando los chicos de mi clase no aguantaban con una chica ni 5 minutos en la cama, yo podría estar follándomelas horas enteras. Se corrió la voz. En el instituto, las chicas más curiosas acudían a mí como si de un gurú del sexo me tratase. Había quienes pedían relatos pornográficos mientras las penetraba. Quien quería experimentar nuevas experiencias. Quien gustaba de fantasías eróticas (mecánicos, médicos, policías, etc.). Había incluso chicas que hacían competiciones entre ellas para comprobar quién me corría antes. Creo que fue con esa intención con la que se acercó Marie, la mujer que acabaría por destrozar mi vida tal y como yo la conocía muchos años después. Cuando me vi obligado a reconocer mi adicción por el porno.
La cuestión es que, a partir de un primer encuentro furtivo en los cuartos de baño de un cine que estaba de moda en la ciudad (una mamada magistral, si mal no recuerdo), fui dejando de lado a todas las chicas conocidas y por conocer para dedicarme por entero a Marie. Su coño no perdonaba. Yo no sé si realmente la quería o si simplemente era sexo. Le encantaba que le contase escenas porno que había visto o imaginado y me la follase tal y como se follaba en mi imaginación o en los vídeos. Le encantaban las escenas en las que yo era diez hombres y me la follaba diez veces. Follamos en la calle, en su casa, en mi casa, en el coche de papá, en el coche de su madre, en cuartos de baño públicos, en el bosque, en la playa, en grupos de diez personas. Recuerdo que todo cambió cuando ella comenzó la facultad. Me volví realmente posesivo, no era capaz de comprender que ella realmente necesitaba, como yo había necesitado, cientos, quizá miles de encuentros sexuales para determinar cual era su deseo último; digamos, a quien entregar su vida sexual de manera casi definitiva o al menos temporal. La dejé. O me dejó ella a mí. Da igual, nos convertimos en dos completos desconocidos. Y es aquí donde empieza realmente lo duro del puerto de montaña, donde comencé a sufrir de un modo más que notable hasta llegar a la desesperación, la obsesión definitiva. Mi camino y el de Marie se separaron después de pasar un tiempo entrelazados. Yo la fui olvidando poco a poco hasta que su recuerdo fue un latido bajo una gruesa capa de piel, es decir, de tiempo. Y los latidos al final acaban saliendo, o llegando a algún lugar.
Una noche de verano, sin internet, en el apartamento donde suelo pasar los meses de Julio y Agosto, desesperado, buscando en la televisión una dosis de porno que calmase mi sexo sin necesidad de usar la imaginación, descubrí que, Marie, después de estudiar Empresariales o Económicas o no sé qué historia, se hizo actriz porno. Allí estaba. En el televisor. Follando con tres tipos cachas que tenían unas poyas de mil demonios. Gritando como gritaba conmigo. De nuevo, a través de una pantalla de televisión, la realidad tal y como la había conocido se había fracturado a la altura de la tibia y el peroné. Me excité tanto que estuve masturbándome hasta que ya no pude más, hasta que me dolieron los testículos. No sé qué me pasó por la cabeza. El hecho de ver a Marie, mi Marie del instituto, follando como una descosida con tres desconocidos, entregando su culo y su coño y su boca (que tanto había besado y cuidado yo), supuso para mí un vuelco total de pensamientos.
Según me comentó un amigo tiempo atrás, las actrices porno suelen elegir su nombre artístico usando, de un modo dinámico y fácil de pronunciar y de recordar, una combinación del nombre de la calle en la que se criaron y el nombre de su primera mascota. Marie era para el público Blanca de Egas. Este segundo shock traumático fue mucho más duro que el anterior, el de las películas de papá debajo de la cama. Nunca he sido capaz de intentar ponerme en contacto con Marie. Me puse la capucha y estuve a la sombra, descargando vídeos, masturbándome hasta la extenuación delante del ordenador o de la televisión viendo como Marie había decidido explotar su cuerpo, llevándolo hasta extremos que, durante aquella mamada en los cines de moda en la ciudad, nunca hubiese podido imaginar. Con hombres, con mujeres. Marie que había hecho realidad mis relatos porno. Yo que andaba siempre con una mano en el pene pensando en Blanca de Egas. Marie que entendió la vida a partir de ese muchacho que todas las chicas del instituto se querían follar.

Maldito Karma

Justo ahora, cuando Anakin arriesga su vida tras una minigalaxia, yo veo claro que Andrómeda se está disolviendo. Se va a perder en la nada. Cuando me pregunten qué has hecho este verano, diré que me cargué a Berlusconi y a Piñera, que fui de putas, que leí 20 polvos y miles de relatos breves de diversos autores y diferente fuentes, que hablé como una verdulera, que bebí hasta reventar, que vi Megamind en ruso oyendo a un gordo [cita requerida] reírse y masticar, que descubrí que mi hermano está en la Wikipedia, que perdí miles de partidas de ajedrez, que tuve sexo sadomasoquista y me gustó, y que tuve cibersexo y me gustó más. 
Mientras veo cómo Andrómeda se desintegra, leo Maldito Karma para neutralizar la depresión. Bueno, hago eso y tomo antidepresivos, ansiolíticos y relajantes musculares en feliz cóctel con abundante cerveza. A propósito, estoy segura de que David Safie es gay y no lo he buscado en Internet aún. Pero ningún hombre hetero escribe así. Es gay y postmoderno y acabo de darme cuenta de que yo lo que padezco es humor alemán. La novela me está divirtiendo y a quienes (de los millones de lectores de este exitoso blog) se pregunten por qué pierdo el tiempo leyendo Maldito Karma en lugar de leer la Odisea o la Iliada les responderé que porque me da la real gana. No hago una reseña porque ya debe haber millones, porque las reseñas son una pérdida de tiempo y porque aunque es diver tampoco lo merece.

Portada (para los tres gatos que aún no la hayan visto):


La opinión de Mavi100:

mavi100 - 08/01/2011
No he leído aún este libro, pero debe ser muy divertido, por lo que cuenta la sinopsis, y la portada te resulta simpática.
Fuente de la opinión aquí.

Mi opinión:
Mavi100 you're the best, xxx

domingo, 14 de agosto de 2011

Nadie te querrá como un adicto

Nadie te querrá como un adicto. Un adicto te dará las llaves de su casa al segundo día de conocerte. Te confiará las claves de su correo electrónico. Nunca en tu vida te reirás más. Todos los amores te sabrán a té sin teína, a cola sin ron, ultralight, sin cafeína, caliente y sin gas. Nadie se entrega en la cama como un adicto; ningún amante se dejará hacer las cosas que un adicto te dejaría. Tampoco nadie hará las cosas que un adicto de buen grado y por propia iniciativa te hará. 
Sí, es verdad, todos lo saben, los adictos somos un desastre, pero nadie es como nosotros cuando de lo que se trata es de amar. Le dolerás como nunca pensaste que dolerías: su amor es violento e intenso y sufrirá.
Yo misma quiero tanto a alguien que no muestra ningún afecto hacia mí que deseo morir. No sé por qué no me quiere, no me lo dice. Y yo necesito que ese alguien concreto me quiera. Es infantil, pero es así. Los adictos de verdad lo somos por un defecto de nuestra personalidad. No culpamos a los camellos, a los traficantes o al tipo de la puerta del cole que nos dio aquel caramelo. Nos sentimos desamparados e incompletos, excepto cuando encontramos la espalda, el hombro, las manos, los labios. Cuando llegamos a un lugar donde hay un alguien con quien hablar sin que te den ganas de llorar. 
No entendéis lo fácil que es matarnos con desprecio, silencio y desatención. Después acudís a nuestro entierro y fingís no saber qué pasó. Pero, entre nosotros, lo sabéis.

martes, 9 de agosto de 2011

Herir a un adicto

Fotografía de Jonathan Manshack

Debería estar penado por la ley herir a un adicto. Es tan fácil hacernos recaer. Incluso si robamos para beber, fumar o meternos crack. Somos como todos pero perdidos en un bosque de Alemania. Un bosque infinito. En un camino que no acaba. Y a veces lo vemos negro. Necesitamos verlo rosa. Como niños, que solo quieren volver a casa y andan a través de las sombras que no acaban. No tendrías que abusar de un adicto aunque te robe la cartera y revenda tu plasma. Porque podría ser tu amante y te daría hasta su alma. Solo tiene tanto miedo que se despierta a media noche cuando suena cierta alarma. El sueño es pesadilla. El paisaje hermoso, una falacia. El amor, un veneno. Todo es maravilloso cuando es turbio y borroso y confuso y hace gracia. Después en la mañana, tú te habrás ido y necesitaremos recomponernos o matarnos o perdernos en la burbuja de la magia.

domingo, 7 de agosto de 2011

20 polvos

Acabado 20 polvos. Te lo lees en un día. Está escrito para ser leído en dos días. Frases cortas, contundentes. Sexo y provocación. Poca literatura, ningún talento. Es malo de cojones pero tiene el mérito de dejarse leer, de obligarte a leerlo hasta el final (en parte porque somos morbosos y nuestra necesidad de calidad es menos que cero). Son pequeñas dosis, como un flash tras otro flash. Conectará con las generaciones que han aprendido a ver el mundo a través de la publicidad. Mensajes brevísimos y que exigen poco de tu intelecto. La chispa de la vida. Vuelve a casa por Navidad. No me escandaliza. He leído a Bukowsky, a Miller. He leído a Sade, ese sí que era un retorcido. El perfil del psicópata en potencia, regulín. Si eres un psicópata, un enfermo mental, vas a peor no te conviertes en príncipe tras el beso de la princesa. Aunque sea un príncipe promiscuo. Lo mejor: el morro tan duro del escritor.


La visita papal

El Papa viene el 18 a arengar a las asociaciones pro-vida, a los linchadores de homosexuales, a los que pueden mantener familias de diez hijos, con chacha, niñera y pisito de ocho habitaciones en Gran Vía. La mamá del Papa podría haber usado condón, que no sé si habría entonces en su pueblo, pero algo tendría que haber usado. Así, en vez de un Papa nazi a punto de morirse e ir al infierno, con toda certeza, tendríamos un Papa italiano con gustos mediterráneos y que no iría al cumple de Rouco porque seguro que no lo tragaría. Los italianos pueden ser mafiosos (hola, Berlusconi, saludos del equipo infantil de voleyplaya femenino), sátiros, machistas, fariseos, charlatanes, embusteros y mil cosas más. Pero ningún italiano tragaría al Rouco ese, porque además de miserable es un aburrimiento y un cenizo.
Mientras, Gallardón I El Suavón va a gastarse un montón de dinero en preparar la ciudad. Ha movilizado 12.000 trabajadores por la visita papal. Ais. Qué limpito lo van a dejar todo. Y el lince de Lara empieza a sospechar (¡qué hombre tan listo!) "que la visita del Papa está detrás del desalojo de Sol". Por Dios, que estamos en agosto: ¿Es que este año no os pensáis ir de vacaciones y cerrar el piquito?
El gobierno más hábil de nuestra historia no quiere que el Papa hable de España. Van listos. Hablará y más bien para mal. Ante increíbles masas de jóvenes muy muy muy religiosos, que son los que prefiere Espe. Oh, Espe, Espe, mon amour. No hay otra como tú. Otro padre que tendría que haberse puesto un condón. Vas a ir al infierno con Ratzinger Z y Fabra. Opinadora profesional y envenadora social, la persona más espantosa del mundo siempre aprovecha para saludar. Y a ti quién te ha preguntado, tía. Pues los periodistas. Angelitos.