domingo, 18 de septiembre de 2011

Las llaves, las mañanas, las adicciones.


Él cuelga sobre una chincheta, yo pendo de un pelo de crin de caballo; debajo ni Damocles ni nadie, solo la nada. 

Y devolverte el caballo de ajedrez, negro, que te dije que era yo, y cabalgarte, con despecho, salvajemente, fríamente, de pié, recostada y que me cabalgues, como lo hace ahora esta droga que me otorga la libertad, más bien el libertinaje, de poder decir que te lo haría furiosamente, a fuego frío con carne caliente, a besos que son una cadencia lenta, como una caricia entrecortada . Y otra vez furibundo salvajismo puesto en manos del deseo otorgándole al destino la posibilidad de ser títeres el uno del otro para un morir pequeño, una “pettite morte” que alivie esta enorme muerte del alma.

Y hacerlo, devolverte el caballo de ajedrez, con las llaves del piso en el que atarte a la cama adentro, con la intención asesina del suicidio de deseo y rencor; hacerlo, y toda la noche devolviéndote el caballo, que era yo,  toda la noche a tirones de la crin, a zarpados de fiera, a mordidas de fauces de lobo herido, a cardenales, a sangre, a sangre y daño y fuego y “pettite morte” otra vez, mon amie, mon cherie. Y si no te niegas; y si no te niegas, devolverte el llavero con las llaves dentro para abrirnos en la noche más oscura del alma humana, más profunda, más abajo, para hundirnos, y no salir hasta el despunte vespertino del alba, después de haber manchado la habitación por fuera y nuestro pecho por dentro, de mancillar y mancillarnos, malbaratar lo vivído, y vívidos restarle importancia con el sabor del importuno sexo. Te lo daría todo con el caballo de ajedrez solo para poder olvidarlo después, o al menos, intentarlo.

Y devolverte el caballo, el dolor, a golpe de saxo, a golpe de Jazz frenético, a golpe de sexo, de sudor, saliva, salvajismo enfermo;  el caballo negro que …

Las noches a veces son fáciles, perdido en las vidas de los demás, rodeado de páginas de otros. Pero las mañanas son crudas siempre, y se hace patente la falta del calor caliente de alguien al lado, del beso en la frente, del “buenos días mi amor”, del abrazo, sin más.

Ahí es cuando das cuenta de la terrible soledad que se cierne, en la que vivimos y nos hacinamos, en la mediocre innecesidad forzada de no amarnos, o la impersonalidad del polvo rápido (No sé a ti amor ahora). Pero a mi me falta algo ( a ti sé que no, amor).

En la angustia del vacío interior, que es el mayor y más profundo de los abismos hacia los que rara vez el alma se asoma por no ser consciente nuestro pensamiento. Ahí me encontrarás, contando las horribles coincidencias que me asedian entre el grito de la mandrágora en Rayuela; de la Divina amante de Dante, de la fecha del libro que me regalaste, de la ciudad del otro, y los nombres y lo que se dice, que no es más que leer en un espejo una vida propia como la sentía yo; o como Harry, desde afuera, desde adentro de las palabras y las sienes, y vos que no me comprendés, y yo que me escondo de vos y de todo el mundo, y jamás digo lo que pienso, por miedo a sentirlo.

 ¿Dónde estás?  ¿Eva? Guía mis pasos que son los de Sinclair.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Ponnos verdes y te responderemos