Él cuelga sobre una chincheta, yo pendo de un pelo de crin de caballo; debajo ni Damocles ni nadie, solo la nada.
Y devolverte el caballo de ajedrez, negro, que te dije que
era yo, y cabalgarte, con despecho, salvajemente, fríamente, de pié, recostada
y que me cabalgues, como lo hace ahora esta droga que me otorga la libertad,
más bien el libertinaje, de poder decir que te lo haría furiosamente, a fuego
frío con carne caliente, a besos que son una cadencia lenta, como una caricia
entrecortada . Y otra vez furibundo salvajismo puesto en manos del deseo
otorgándole al destino la posibilidad de ser títeres el uno del otro para un
morir pequeño, una “pettite morte” que alivie esta enorme muerte del alma.
Y hacerlo, devolverte el caballo de ajedrez, con las llaves
del piso en el que atarte a la cama adentro, con la intención asesina del
suicidio de deseo y rencor; hacerlo, y toda la noche devolviéndote el caballo,
que era yo, toda la noche a tirones de
la crin, a zarpados de fiera, a mordidas de fauces de lobo herido, a
cardenales, a sangre, a sangre y daño y fuego y “pettite morte” otra vez, mon
amie, mon cherie. Y si no te niegas; y si no te niegas, devolverte el llavero
con las llaves dentro para abrirnos en la noche más oscura del alma humana, más
profunda, más abajo, para hundirnos, y no salir hasta el despunte vespertino
del alba, después de haber manchado la habitación por fuera y nuestro pecho por
dentro, de mancillar y mancillarnos, malbaratar lo vivído, y vívidos restarle
importancia con el sabor del importuno sexo. Te lo daría todo con el caballo de
ajedrez solo para poder olvidarlo después, o al menos, intentarlo.
Y devolverte el caballo, el dolor, a golpe de saxo, a golpe
de Jazz frenético, a golpe de sexo, de sudor, saliva, salvajismo enfermo; el caballo negro que …
Las noches a veces son fáciles, perdido en las vidas de los
demás, rodeado de páginas de otros. Pero las mañanas son crudas siempre, y se
hace patente la falta del calor caliente de alguien al lado, del beso en la
frente, del “buenos días mi amor”, del abrazo, sin más.
Ahí es cuando das cuenta de la terrible soledad que se
cierne, en la que vivimos y nos hacinamos, en la mediocre innecesidad forzada
de no amarnos, o la impersonalidad del polvo rápido (No sé a ti amor ahora).
Pero a mi me falta algo ( a ti sé que no, amor).
En la angustia del vacío interior, que es el mayor y más
profundo de los abismos hacia los que rara vez el alma se asoma por no ser
consciente nuestro pensamiento. Ahí me encontrarás, contando las horribles
coincidencias que me asedian entre el grito de la mandrágora en Rayuela; de la Divina amante de Dante, de
la fecha del libro que me regalaste, de la ciudad del otro, y los nombres y lo
que se dice, que no es más que leer en un espejo una vida propia como la sentía
yo; o como Harry, desde afuera, desde adentro de las palabras y las sienes, y
vos que no me comprendés, y yo que me escondo de vos y de todo el mundo, y
jamás digo lo que pienso, por miedo a sentirlo.
¿Dónde estás? ¿Eva? Guía mis pasos que son los de Sinclair.
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