Yo no sé si recuerdas aquel convento en el que mancillamos
las sábanas de nuestro retiro, en el que disfrutamos el momento y sucumbimos al
impertérrito paso del tiempo, que se estancaba allí, perezoso. Era un Hotel
viejo y apartado que se rodeaba de una naturaleza ubérrima y que bullía de vida;
era verdor y campo y agua y cama. Era todo aquello que buscábamos. Yo lo
recuerdo bien y con cariño, como a ti.
Ahora de todo aquello solo me quedan algunas fotos tristes
en las que ver mi reflejo mientras te veo y me veo en otro tiempo feliz, y por
ventura, también una caja de cerillas de la Magdalena, que era así como se
llamaba el lugar; con su nevera pequeñita, su puente para llegar, el paseo
rodeado de vida y su yacuzzi y piscina, y el turco, que no funcionaba, pero la
sauna sí.
Me aferro a esa cajetilla de cerillas todos los días de mi
vida desde entonces, y solo cuando pienso en ti de veras, en silencio y conmigo
mismo, me atrevo a rasgar un fósforo contra la lija marrón. Cada vez que lo
hago: el mismo sentimiento. Espero casi con ansia el fuego furioso, que se enciente
con rabia en un instante que puedo descomponer y ver lentamente, apreciando cada
llamarada que consume el aire que también yo respiro, y noto como esa llama es
la nuestra: rápida y lenta, que necesita consumir la madera y la vida para
estar vivo. Y con cada una es lo mismo: espero, con la muerte de la llama y sus
cenizas, aquella otra muerte que no llega. Después todo es oler a madera
quemada, negra, y a las cenizas que quedan siempre, y yo me aferro y me agarro
a ese palo ardiendo como a tu recuerdo que titila y brilla en mi cabeza a
ratos, dándome cuenta de que por más que busque solo quedará el humo
evanescente rodeándome, acariciándome y nada más.
<<¿Y nada más?>> me pregunto. <<Poco más,
solo cerillas consumidas por un fuego que enciende el daño del que me hago
único respondable, a mi y a mis pulmones, que te respiraron a pecho lleno, y
ahora solo beben aire y humo espeso. Cada cerilla es un recuerdo y un olvido,
un viaje a recordar el camino completo a traves de nuestros ojos y la
memoria>>.
Amor, que ya solo me quedan cuatro fósforos, muchas noches a
solas y un sin fin de cigarrillos que encender. ¿Qué hacer?, si hasta los
mecheros después también son tuyos. Mar caótico de encrestadas olas, Sur
infinito del que relego, al que me aferro y en el que me hundo cada noche. Mar
enfermo, azul, brillante, plácido y guerrero. Ya después de ésto ¿qué océano
quieres que surque? Si ante cada oleaje nuevo de un mar desconocido yo me
pierdo por buscarte.
Al final: un naufragio en toda regla, cerrillas mojadas y
mil recuerdos; de cinco estrellas, en algún convento.
Jo, que bonito.
ResponderEliminarPrecioso, hermoso, acongojante, me emocioné con los cerillos que tienen que ser encendidos aunque se terminen. No puedo evitarlo, tendré que compartirlo en mi FB, jeje. Solo una cosita con mucho respeto, yo creo que concluye en "un sinfin de cigarrillos que encender". El resto es bueno, pero ya es otra historia.
ResponderEliminarComo ha dicho aquí el personal, muy poético y con mucho "sentimiento",vamos, que sí, que MOLA MAZO.
ResponderEliminarPero cuando he visto ese "buyía" he pensado: ¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡NOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
Venga que sí Phantom, que ya lo he cambiado, uno ya no puede equivocarse, maldito.
ResponderEliminarTY Yun, me alegro que te guste, tomo nota del final, que no rompe con el tono y se mete en otras historias. Cierto.
Salud! adictos y enfermos xD
A