miércoles, 26 de octubre de 2011

El príncipe y el melón


Hacía una noche de tormenta feroz. El rey y la reina estaban arrebujados en el lecho regio debajo de un montón de mantas de armiño o así. Hablaban sobre su hijita para la que no encontraban un marido adecuado. Ya habían realizado varias convocatorias de postulantes para ello, pero la niña era muy bruta. Cada vez que le presentaban a un príncipe, ella lo saludaba con un recio golpe en la espalda que pretendía ser amistoso y que resultaba generalmente en dislocación del hombro y retirada del candidato. No era un reino muy próspero ni muy extenso así que los príncipes no se peleaban por ocupar el asiento regio junto a la princesa. Pasaban los años y los reyes se hacían mayores y no veían solución para lo de su niña que se iba a quedar de reina solterona con lo mal que eso quedaba para un reino como dios manda.
Estaban en plena discusión sobre cómo resolver este problema cuando oyeron, un terrible golpe en las puertas del palacio que se impuso soberanamente por encima del fragor de la tormenta. El rey atemorizado se bajó de la cama, se calzó las zapatillas y se encaminó a abrir no antes de que la puerta fuera golpeada igual de reciamente dos veces más.
Cuado abrió el gran portón se encontró con un ser descomunal que le miraba humildemente y que le pedía asilo porque el elefante en el que viajaba se le había estropeado. Al rey le pareció raro que este ser, que vagamente se le parecía a un hombre, tuviera un elefante como cabalgadura, pero no se preocupó de eso porque en cuanto lo vio valoró la posibilidad de que fuera el hombre ideal para su hija. Le franqueó la entrada y fue corriendo a avisar a su esposa. La mujer también se ilusionó con la posibilidad, pero, más prudente, decidió que primero le echaría un vistazo antes de dejarse llevar por la alegría inconsecuente.
Atendieron muy bien al muchacho que tenía una conversación animada y le dieron de comer porque el muchacho se encontraba desfallecido después de muchas jornadas de viaje. Tres pollos asados y medio cordero en salsa apenas saciaron su apetito pero como era un muchacho educado procuró no manifestar su insatisfacción. Luego la reina insistió en que se tenía que quedar a dormir en el palacio porque la tormenta no parecía que fuera a concluir esa noche y el muchacho aceptó aliviado porque no le apetecía ponerse a caminar bajo aquella oscuridad salpicada de rayos y relámpagos. Por no mencionar la lluvia y el viento que bailaban como alocados por todo el campo. Mientras los hombres se bebían unas jarras de vino, la reina preparó la cama en la habitación de invitados: sobre una dura tabla de madera puso una finísima tela de la más fina seda y debajo de la tela puso una bola de cañón. Luego cubrió esto con una sábana bajera y puso encima otra sábana a la que cubrió con unas cuantas mantas por si el muchacho pasaba frío. Preparada la cama fue a avisar a su invitado para que se acostase y ella se retiró con el rey a sus aposentos.
Apenas durmieron esa noche. Se la pasaron hablando sobre las posibilidades que tenía este muchacho para ser el ansiado esposo de su hija. Y así, hablando y hablando pasaron una esperanzada noche.
Al día siguiente, en cuanto se levantaron, se plantaron delante de la puerta del invitado para esperar a que este se despertara. En cuanto les oyó, el invitado abrió la puerta y les dio los buenos días. Ellos le preguntaron que por qué había madrugado tanto, si es que no había dormido bien. El muchacho, desolado, tuvo que confesarles que, en efecto, no había dormida nada bien. La causa había sido que la cama le  había parecido demasiado blanda y se hundía en ella, lo que le resultaba algo incómodo para dormir. El estaba acostumbrado a una cama de mármol aunque comprendía perfectamente que estaba como invitado en aquel castillo y no podía ir con esa clase de exigencias a sus anfitriones. Cuando la mujer entró y comprobó que en efecto, la tabla que hacía de colchón estaba deformada y que la bola de cañón se había convertido en una plancha metálica al ser aplastada por el joven,  supo con certeza que era el marido ideal para su hija.

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