martes, 11 de octubre de 2011

Hasta la náusea

"¡Venga, vamos!", decía, y la seguían. Ella iba delante y ellos detrás de su su estela de perfume. Prácticamente no hablaban entre sí. Ella decía algo en voz alta y alguno de ellos respondía. Ella volvía a hablar y ahora respondía otro. Nunca dos al mismo tiempo. ¿Cómo sabía cada cual que ella hablaba con él si no le miraba, no le señalaba, no le nombraba? Cada uno lo sabía con certeza y respondía con precisión. Llegaban a un bar. Ella entraba en el baño. Ellos se dirigían a la barra y faltaba uno. Al rato salían los dos del baño. Ella tenía su copa preparada. El pedía lo suyo y lo pagaba aparte. "Bueno vámonos", y la seguían a otro bar. Su maquillaje se fue deteriorando a lo largo de la noche. El brillo de sus ojos se fue enturbiando. Ellos, cada vez más derrotados, más desesperados, pero siempre ansiosos, esperando su turno, ser elegidos por la voz cada vez más apagada de ella.
La mañana los encontró tirados sobre la arena de la playa, revueltos, confusos, dormidos unos, otros buscando, reclamando aún su turno de uso de aquella piel cansada, gastada, aún no saciada, saciándose sin deseo, sin ganas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Ponnos verdes y te responderemos