miércoles, 7 de septiembre de 2011

De adicciones y perdiciones.


El pecho, otra vez el pecho, otra vez te duele el pecho. Alzas los brazos esperando con ansias que sea un tirón. “¿De dónde?” Preguntas. No tienes pecho ya en el que albergar tirones, simplemente te duele, asfixia y aprieta; el pecho, otra vez el pecho, te aprieta como una pata de elefante, como una rueda de camión, como una mujer tumbada; como una mujer te aprieta el pecho, como si tuvieras una mujer en el pecho.  Tu pecho.

Rebuscas entre los cajones, angustiado algún ansiolítico, una cura rápida entre sudores de mañana. Odias las mañanas. Odias los ratos en los que no tienes que hacer nada más que pensar en tus venas manchadas y el sabor, y el olor y el color de aquella droga. Odias esos momentos tranquilos y apacibles en que los pájaros se divierten cantándote para recordarte los días acompañado de tu dosis, los odias y no encuentras en el cajón nada clave: Prozac: dos pastillas, no vale. Diazepam: tres pastillas: a la mierda. “¡Ven ya y llévame contigo!” dices mientras alzas la vista al techo y tragas a duras penas. “Vamos, malditas drogas, maldito pecho”. “Vamos, respira” te dices. “vamos, tranquilo, solo llevas un par de semanas, vamos, vamos”. “ Vamos” repites en vano; vamos hacia el abismo, vamos hacia los latidos hondos de tu pecho, que es el mío en llamas; vamos hacia el río de sudor que corre hacia las profundidades, que empaña la cama, tu espalda, tus venas, tus sienes, que vibran con cada latido. Vamos, vamos hacia la oscuridad de los huecos de la almohada y las sábanas empapadas, hacia los latidos del pecho otra vez, hacia ese pié de elefante que te oprime, hacia esa mujer concentrada en un punto, lugar, hectárea de un pecho vacío.

“No puede ser” te dices. “Esto no puede seguir así, las drogas me están matando”. Recuerdas aquella escena de Trainspoting en la que Renton intenta quitarse; quitarse es duro, quitarse es imposible; los adictos no se quitan, se mueren antes. “No quiero morirme” dices mientras ansías la muerte. Tú no ves bebés en el techo pero tu suelo es ahora un intrincado ajedrez.Quieres matar al inventor del ajedrez. Las pequeñas piezas latentes somos tú, yo y gente; tú y más gente que conoce tus adicciones, que juegan con nosotros: Dios, que hace que te lata el corazón en un pecho oprimido y juega con los peones y las reinas, y el rey, y mata caballos, alfiles, y se ríe de ti desde allí en todo lo alto, con su hijo a la derecha riéndose con él: “Jaque, Padre”. A ellos les da igual ganar o perder, "siempre hay más partidas" dicen convencidos. Pero para ti no, hoy no.

“Vamos, unas pastillas, agua”. Y bebes agua, litros y litros de agua para no deshidratarte. Sientes esa boca seca, esa boca que es señal de desfallecer cercano,  que no quiere saliva ni dar besos, ni ser una boca siquiera, ni comer, ni ser piel, solo gritar: ¡Piedad!; gritar. Sientes. Sientes esas escamas en los labios del que se sabe moribundo. Sientes ese dolor en el pecho, esa angustia que no deja respirar. “¡Un inhalador!” gritas, y nadie escucha, nadie en la noche ¡Cuándo pasó el día! Lo sientes. Sientes, una presencia a tu lado, que no existe, ni está, ni va a estar, y la pata de elefante más aprieta, el culo de jirafa, el vagón de tren, el avión boing, el monolito enorme, en el pecho lo sientes, apretando, doliendo mientras Dios ríe allí en el cielo. Pero Dios no tiene la culpa. “Una pastilla para este mono”, solo una pastilla que te libre de este sudor frío y de los latidos en las sientes, del sonido del latido exangüe, del sentir de los latidos en el cuello, a ratos fuertes, al tiempo muertos. Algo que te arranque la asfixia y apague el incendio de tu pecho, de las llamas candentes que se apagan y encienden para torturarte. “Un algo, una pastilla, un chute, ¡La maldita droga!” Que te deje respirar y yacer, a placer sobre la cama sin el pecho dolido; que te duele, y que sientes como si no fuera tu pecho, como si un dolor tan grande se hubiera adueñado de él, y ya no fuera tuyo sino del dolor.  “Vamos” dices, te levantas y corres a buscar ayuda. “¡Ayúdenme!” gritas en la calle, “¡Ayuda!” pero nadie te escucha. Solo ven, piensas, a un adicto más en la acera, sudado, con dolores, temblando, sin miedo y admitiendo el dolor y que quiere dejarlo, poder dormir, poder comer: existir. “¡Ayuda!” gritas con el hígado, gritas con el páncreas, gritas con el dolor del pecho, con las manos desnudas y con los ojos; gritas con la amarga bilis con la que escribo estas palabras:

     "En el pecho tengo a una mujer, ardiendo en llamas".

5 comentarios:

  1. ¿Por qué nos abandanamos a esa espiral de sufrimiento hasta que nos dan ganas de matar al que inventó el ajedréz? Cuando estés dormido y sueñes que te duele el pecho y nadie te ayuda, sabrás que estás podrido en cuerpo y mente.

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  2. Coño, hay que cuidarse. Qué angustiosas sensaciones.

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  3. ¿Una mujer en el pecho? ¿Enraizada en dolor? ¿O simple asma? Mejor lo primero. Hay que dejarse de tonterías. De las pesadillas se despierta uno. De la enfermedad solo se despierta a la bendita muerte. Mientras hay vida hay desesperanza

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  4. Pues estamos podridos de cuerpo y mente, vaya una alegría!!
    Se cuida lo que se puede, ahí debajo dicen que mientras hay vida hay esperanza, a ver si es verdad.
    I hope
    A

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