miércoles, 31 de agosto de 2011

He resucitado



Oh, hermanas, amigas. Ave! 


Hoy para celebrar mi propia resurrección, cual Ave Fénix gamberra me hice con un tirachinas marca ACME y me cargué la farola de enfrente de mi balcón. Ahora con el cielo estrellado sobre mi cabeza, bailo desnuda y planeo cómo empezaré la vida mañana, es decir, hoy cuando sea de día.
En principio, despertaré cuando mi cuerpo dicte y respiraré. Me pienso recrear entre las sábanas y fantasear. Tras un par de horas de solazamiento, me levantaré. Iré a la playa o la piscina, lo que se me dé. Tomaré el sol con mi libro de Golding, ya releído y desmadejado. Más tarde almorzaré mi comida favorita: macarrones con tomate. Sofisticada que es una. Pasaré de fregar los platos y me echaré una siesta, pensando en esa gente que no hace el amor. Una siesta de 6,4 grados en la escala de Richter. Después me dejaré llevar por las páginas de un visionario mientras mi hijo practica la escalada de muebles en modo profesional. Y cuando haya anochecido, me iré de fiesta hasta no poder más con mis huesecillos y vuelva a la cama. 


Es mi ritual de bienvenida al nuevo curso, a septiembre y a la vida que empieza como un ciclón del que no se puede escapar. Si me muero, dadle mis libros a A.



¡Ave, amigas! Moritura vos salutat.

martes, 30 de agosto de 2011

Basta

No quiero ser el hobby de nadie. No me gusta. Aunque parezca lo contrario, no deseo que me hagan daño. Con intención, sin intención. No lo soporto. Ya no.
Y es fácil jugar conmigo --tú, gato; yo, ratón-- porque nunca digo que no. Pero aprendí a decir "basta". Cuando el hierro candente me toca la piel, cuando veo que soy un juguete para tu diversión. Cierro los ojos y digo: "Basta".

La subasta del lote 49


He vuelto a Pynchon, señor, y no me arrepiento. Castígame llamándome pedante, si así lo quieres, pero, ¡coño!, me ha vuelto a gustar. Ridiculízame dialécticamente porque no voy a saber explicarte en detalle por qué me ha gustado, y solo puedo aducir términos subjetivos. El principal es que Pynchon es raro, raro. Sus historias son escritas al rumbo de los vientos, de eso no me cabe duda. Este hombre crea sin saber muy bien qué está creando y al final le da la forma ciñéndose estrictamente a lo que le ha salido. Un poco al estilo de como los talladores de maderas dicen que crean su obra, que siempre empiezan diciendo que se encuentran un taco informe en el que ellos ven que está escondido un caballo o una muchacha o una montaña y lo único que hacen es quitarle lo que sobra. Pues digamos que Pynchon, probablemente, primero crea el mazacote de material y luego lo talla. Estoy seguro de que así es como crea su obra. Y estoy seguro de que donde disfruta es en esa primera parte, creando, como Dios, la materia prima sobre la que luego, como artista, o más bien, artesano, va a emplear sus habilidades. Eso es lo que le da peculiaridad a su obra. Como todo esto me lo acabo de inventar tú tienes que tomártelo como la impresión que me ha causado para, a partir de ella, hacerte una idea de lo que te vas a encontrar leyendo a Pynchon.
La subasta del lote 49 es un libro muy breve en comparación con los otros dos que tengo de este autor. Casi ridículo, menos de doscientas páginas, frente a las más de mil de aquellos. Y al menos dos personas que tengo referencia que lo han leído, una de ellas indirectamente a través de la otra, lo consideran un libro paranoico. Sin entender paranoico en un sentido médico, que no sé lo que significa, sino en un sentido vulgar lo que quiera que cualquiera de nosotros pensaría o sentiría al escuchar esa palabra en medio de una conversación banal, no siendo profesional o pedante que también es casi una profesión de fe en sí mismo. La personaja principal, desde luego, parece estar un poco paranoica y se comporta como tal, o bien las circunstancias por las que la zarandea Pynchon nos hace dudar a nosotros sobre si lo que le ocurre es real –en la realidad del libro, claro- o alguna especie de alucinación de la que la mujer se despertará al final. Ya te digo yo que no ocurre, de hecho el libro queda algo así como colgado del precipicio, la carretera se interrumpe bruscamente y si no frenas a tiempo te vas al barranco. No busques en este libro una historia que poder resumir luego a tus amigos para lucirte porque es imposible resumir las historias de Pynchon, en Pynchon te sumerges y luego sales y todo ese tiempo has estado en Pynchon que son tantas partes que no puedes mencionar ninguna. Y es bueno que así sea, al menos por mí lo digo, porque ya hay demasiadas historias que empiezan por el principio continúan sin torcerse por el medio llegan hasta el climax y luego descienden grácilmente hacia el final posándote suavemente en la palabra fin. ¡Por Dios!

lunes, 29 de agosto de 2011

No se lo voy a coger


-¿Quién es?
-¿Y a ti qué te importa?
-Es él, ¿verdad?
Su cara de culpabilidad responde.
-Ni se te ocurra cogérselo, ¿me has oído?
-¡Claro que no se lo voy a coger! Eso está ya más que superado. ¡Es asqueroso!
-¿Entramos ahí?
 Cuando Carlos va a la barra y Laura se gira a hablar con un grupo de conocidos, saca el teléfono y escribe: ‘Q querias?’. Casi al instante recibe un: ‘Verte’.
-Me parece a mí o estás aquí sola…
-No, no. Te parecerá a ti.
El chico tiene una sonrisa agradable y huele muy bien. Le mira el logo de la camisa. Pedazo de pijo. Le pone cara de asco.
-No creo que a tus amigos les importe que te invite a una copa.
-¿Qué pintan mis amigos? Si quiero algo ya me lo pediré yo.
El de la camisa lo ha intentado. Está buena pero no merece la pena el esfuerzo. Se va con sus encantos a otra parte, no sin antes decirle que lo siente. Ella lo mira de reojo y se arrepiente un poco de haber sido así.  El sentimiento dura un par de segundos. Saca el teléfono del bolso y ve: ‘ Andas por aqui? Estoy en casa’.
-¡Ya estás otra vez!
-¡Que no! Sólo miraba la hora...Estoy un poco cansada y me duele la cabeza. Me voy a ir.
-Espérate un poco a que me acabe esto y te llevamos.
-No, ya me he pedido un taxi. Muchas gracias, de verdad.
Sin dar tiempo a réplicas se marcha. Evidentemente no hay ningún taxi esperándola porque sólo va a recorrer cuatro calles. El portal está abierto, así que sube y llama a la puerta con los nudillos, que no son horas. Cuando le abre y lo ve vestido, con un cigarro en la mano, piensa que esta vez van a hablar un poco. Que le va a decir lo mucho que la quiere y que necesita urgentemente que ella se mude a ese minúsculo apartamento. Joder qué guapo es. En cuestión de minutos se están revolcando en la cama. Mientras intenta recuperar la respiración y coger una postura para quedarse dormida, él le tiende su vestido como si fuera un trapo sucio y pregunta:
-¿Pides un taxi o te has traído el coche?
Al día siguiente recibe una llamada de Laura. Quiere saber si está mejor.
-Sí, sí. Me tomé un paracetamol y me fui en seguida a dormir.
Cuelga y piensa que ni paracetamol ni metadona:
‘Soy una puta yonki’.

domingo, 28 de agosto de 2011

todos moriremos igual

Anoche me colé en una fiesta. Con la camisa de fuerza a medio abrochar. Pensando que tenía el don de la invisibilidad. Supervisión de rayos X. Superoído rango 3. Poder mental. Capacidad de paralizar, de congelar. De matar. Me sumergí en la ponchera llena de sangría. Todos enmudecieron y la música cesó. Me comí medio pastel de maría. Ahora podía volar. Las sombras se asustaban. Hacían bien. Estaba decidido a no acabar la noche sin comerme el corazón de alguien para robarle su alma y aumentar los poderes del lado oscuro que aún me faltaban. Individuos borrosos como la nada, almas a la deriva. No era su corazón lo que yo buscaba. Dejé la fiesta, para vagar en la noche estrellada. Un gato gordo se me cruzó. Un ser vivo, con corazón caliente y siete vidas. Lo que yo necesitaba.
Amanecí en la margen izquierda del río. La camisa de fuerza desabrochada llena de manchas de sangre de gato. Abrí los ojos, dos o más esbirros del Doctor Muerte levitaban a mi alrededor. No opuse resistencia. La resaca anulaba mi voluntad y aunque podría haberlos fulminado, me dejé llevar a la Cueva de las Pastillas para recibir mi ración de drogas buenas.

sábado, 27 de agosto de 2011

Bribón de Roble

Hace cinco años que murió Bribón de Roble. No sé porqué escribo ahora; se me escapa al entendimiento el porqué no escribí acerca de él un año después, o seis; no entiendo la razón del quinto año. El mundo ha cambiado mucho desde entonces, más de lo que hubiese creído aquellos días de agosto en los que recorrí los últimos pasos de Bribón varias veces cada día hasta que volví a casa, después del verano. Recuerdo algunos detalles, ahora desaparecidos, que me hicieron pensar que todo estaba preparado. Que en aquella noche, en aquella curva y sobre aquella piedra estaba escrito el destino de mi amigo desde el mismo momento de su nacimiento.

Durante aquel verano el guión fue el habitual. Por la mañana dormíamos hasta tarde. Después de comer, íbamos a la playa. Nos gustaba hablar de fútbol, de videojuegos y de chicas, sobre todo de chicas. Como todos los años, había rostros nuevos y rostros conocidos: nosotros íbamos siempre a los nuevos que, por decirlo así, tenían mayor capacidad de sorpresa frente a las pocas, pero notables, maneras de gastar el tiempo en La Cala del Moral. Por la noche acudíamos al paseo marítimo en grupos de diez o quince y andábamos de allá a acá con pipas, chuches, cerveza en las manos. Hablábamos, comíamos, corríamos. Desaparecíamos enlos jardines de la urbanización. Santo Varón siempre tenía algún plan y una chica. Hacía una muesca en un algarrobo viejo cada vez que se llevaba una chica allí. Pero no quiero desviarme. Tengo que decir que Bribón vino ya con el corazón roto. Se lo intentamos recomponder, pero no hubo nada que hacer.

El único que iba a la playa por las mañanas era él. Solo, bajo el sol, tumbado en la orilla apoyado en los codos miraba el fondo del mar como si la respuesta a sus preguntas se hallaran allí. Si por las tardes paseaba por la orilla con cualquiera de nosotros, por la mañana se daba largos baños más allá del espigón, haciéndose el muerto. Creyéndose el muerto. También solía visitar a los niños cazadores de cangrejos, en el espigón. Les preguntaba y reía mucho con ellos, con su inocencia. Se agachaba y, según nos contó Montse Claramunt, ayudaba a los niños a cazar nécoras si estaba de humor. Una de las últimas actualizaciones de su blog, era un cuento dedicado a una niña del espigón que acababa con un suicidio. Con el tiempo he sabido que ese relato era una mala copia de otro cuento de Salinger. Digamos que en la playa encontraba algún tipo de cura inexplicable a su latente melancolía.

La cuestión es que a mitad del verano conoció una chica con la que llegó a ilusionarse. "Estoy contento", solía decir, "me encuentro muy agusto cuando estoy con ella y llego a olvidar, por momentos, todo lo que ha pasado este año". Hasta que un mediodía su moto derrapó en una curva y se salió de la carretera. Su cabeza chocó contra una piedra del suelo y, según nos contaron, se rompió como se rompe una sandía cuando cae al suelo. Allí lo encontraron, acto seguido, tumbado bajo un árbol, desdibujado, roto. Ahora, cada vez que paso por delante de la piedra, delante del árbol y en aquella curva, pienso en Bribón de Roble. No se suicidó como en su relato con la niña del espigón. Pero aquella piedra hizo de Teseo, y no tuvo la necesidad de levantarse del polvo.

jueves, 25 de agosto de 2011

Ajedrez: deporte o afición

Quién no se ha partido la cara con alguien que discute si quiera que el ajedrez sea un deporte. Un deporte olímpico, o sea. 
Todo empezó un día de calor en que un psicópata que conozco me invitó a jugar al ajedrez pero, como no nos podemos ni ver, la idea era hacerlo a través de una web: el puto chess.com. "Sí, jugamos al chess, o sea, en Internet". "Es lo más", me dice, "lo vas a flipar". Tres antiácidos después, tras colgarle y digerir esa jerga dañina, lo repensé. Me pareció que sería un buen modo de darle lo suyo sin volverle a pegar que no me apetece pasar otra noche en el cuartelillo. 
La primera vez, me dio jaque (checkmate, para los guays) en un par de minutos y, como se me volvió a abrir la úlcera, tuve que dejar de jugar unas semanas. La siguiente vez hice trampas. Que cómo se hace trampas al ajedrez on line. Aquí lo voy a decir para que el Yoni o cualquiera de mis adversarios lo lean, ¡ja! Bueno empatamos, lo que en el argot ajedrecístico de toda la vida es quedar en tablas y ahora se dice draw, que mola más. En fin, que me piqué, me envicié y me enganché. Para variar. Otra maldita necesidad en mi vida de yonqui total. Me paso el día jugando al chess, esperando que algunos se conecten para que muevan de una jodida vez y echando partidas rápidas (¿a qué me recuerda esto?) de 3 o 5 minutos no aptas para cardiacos. Me gana hasta un niñato con pinta de Justin Bieber con el que he trabado amistad. Aún así, pocas veces me rendí: es de mariquitas, moñas, cobardes y mierdas tirar el rey (o resign, como dice este friqui de medio pelo por el que me enganché). 
Ahora que no puedo dejar de retar a conocidos y desconocidos y me doy contra la pared cada vez que pierdo, peor que un forofo del Real Madrid tras un partido con el Barça, me doy cuenta de que esto no es una afición. Es un vicio, como otro cualquiera, como el tabaco o peor. Y digo yo si el ajedrez es una afición y fumar lo es igual, ya no se podría prohibir o tampoco se podría jugar chess en un bar. En fin, que lo decidan las ministras. La cuestión importante aquí es que tampoco es un deporte, y lo sé cierto, en este momento lo comprendo, y lo reconozco, a pesar de todas las patadas que repartí en nombre de aquella verdad. 
Lo sé, porque he engordado 15 kilos, se han agravado mis problemas de corazón y tengo las piernas azules por las varices. Sí, lo sé. Algún listo puede decir que nada de eso lo ha causado directamente el ajedrez o su práctica pero como me lo diga en la cara le voy a dar una cantidad de hostias que me voy a quedar en la gloria. Voy a desfogar. La lucha libre mexicana, el Muay Thai de La Palmilla, el sitra achra o pelea gitana, ¡esos son deportes! El ajedrez es una putada.